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Viernes, 27 Octubre 2023 06:12

Celebrando en Familia - 30 Domingo del Tiempo Ordinario

Amar a Dios y al prójimo
(Mt 22:34-40)

Una vez más, leemos en el Evangelio como los fariseos se reúnen para poner a prueba a Jesús. Las opiniones y los argumentos, acerca del cuál era el mandamiento más importante, eran comunes entre los fariseos y los rabinos se preguntaban frecuentemente al respecto.

Claramente, aquellos que le hicieron esta pregunta a Jesús tenían la intención de desconcertarlo, hacerlo caer en una trampa para desacreditarlo.

Jesús no elude la pregunta: va directamente al meollo del asunto.

El amor a Dios y el amor al prójimo se unen en un ‘gran mandamiento”. Al negarse a dar una respuesta de “esto o lo otro”, Jesús, como lo hizo la semana pasada, pone dos cosas separadas en una relación correcta. El amor a Dios y el amor al prójimo van juntos. Por eso, la primera lectura del libro del Éxodo nos advierte contra el maltrato a los emigrantes, a las viudas y a los huérfanos y nos habla sobre la manera correcta de los préstamos y las promesas. La advertencia viene de los labios de Dios. No es solamente una buena postura de filosofía social, es la exigencia de vivir nuestra fe.

Esto significa que verdadera fe, como nos enseña Jesús, se trata de tener una relación amorosa con Dios y con los otros. Los rituales religiosos están destinados a reflexionar, saborear, recordar, celebrar y expresar ese amor. Sin embargo, a veces, los ritos son ‘vacíos’ cuando el amor ha sido reemplazado por el miedo o cuando el amor está ausente.

El Reino de Dios no es un lugar lejano, sino los momentos en que la vida de Dios irrumpe en la historia humana. Esos momentos traen amor, sabiduría, gracia, compasión, generosidad, perdón y paz. Quienes practican las cosas de Dios reconocen la presencia de Dios, sobre todo, en las relaciones amorosas. Si nuestros ritos surgen y expresan nuestro amor sincero por Dios y el prójimo, entonces, tienen valor. Siempre corremos el riesgo de anteponer el ritualismo a la práctica del amor.

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