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Servicio en medio del pueblo

Servicio en medio del pueblo: la experiencia de Dios nos envía a la misión.

En la Iglesia, partícipes de la misión de Cristo

La auténtica experiencia de Dios hecha por una fraternidad contemplativa impulsa necesariamente a hacer nuestra «la misión de Jesús, enviado a proclamar la Buena Nueva del Reino de Dios y para la liberación total de todo pecado y opresión. En cuanto carmelitas, nuestra inserción en el apostolado forma parte integrante de nuestro carisma».

Los carmelitas están en la Iglesia y para la Iglesia, y, junto con la Iglesia, al servicio del Reino[1]. Mientras tratamos de enriquecer a la Iglesia con la especificidad de nuestro carisma, colaboramos a construir el único cuerpo de Cristo en plena comunión con todos los demás miembros de la comunidad cristiana[2]. Esta comunión se hace concreta en la inserción en la Iglesia local[3].

Al servicio de la búsqueda de Dios

Nosotros los carmelitas compartimos la sed de Dios de las personas de nuestro tiempo. Esta sed de espiritualidad sobrepasa los confines del cristianismo y a menudo se halla escondida en las personas que no profesan ninguna religión. Como carmelitas, debemos ser capaces de captar esta sed de espiritualidad dondequiera que se halle y de dialogar con todos los que buscan a Dios, contribuyendo al descubrimiento que toda persona hace en su propia experiencia de «lugares santos, espacios místicos»[4] en los cuales Dios sale a nuestro encuentro.

Fieles al patrimonio espiritual de la Orden, dirigimos nuestro trabajo a hacer crecer la búsqueda de Dios, e invitamos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a la experiencia de la contemplación, compartiendo con ellos la riqueza de nuestra tradición espiritual. Nuestra vida de fraternidad contemplativa se hace testimonio creíble de la posibilidad de conocer al Otro y a los otros por el camino del silencio, de la acogida y de la comunicación sincera.

Hermanos en medio del pueblo

La vida fraterna es ya en sí anuncio y provocación[5]. Una comunidad viva es atractiva y profética, y constituye un signo de la presencia liberadora del Señor entre los suyos.

Nuestro estilo de vida abierto y acogedor lleva a compartir con otros la comunión de corazones y la experiencia de Dios que se vive en la fraternidad[6].

Este modo de estar «en medio del pueblo» es signo profético de relaciones humanas nuevas, amistosas y fraternas. Es profecía de justicia y de paz en la sociedad y entre los pueblos. Es «opción de compartir con los “minores” de la historia, para decir desde dentro, más con la vida que con la boca, una palabra de esperanza y de salvación»[7].

Los carmelitas se ponen en camino, según la itinerancia referida por la Regla, para seguir los caminos trazados por el Espíritu del Señor[8]. Se hacen compañeros de los que sufren, esperan y trabajan por la construcción del Reino de Dios, atendiendo cualquier medio capaz de crear fraternidad.

Hermanos en misión

Hay que aprender a «salir de los “recintos sagrados”, “fuera del campamento”, para anunciar en los “nuevos areópagos” que Dios ama con afecto perenne a la humanidad». Evidentemente, cada situación pide un esfuerzo de respuesta adecuada a las necesidades y a las exigencias locales. Nuestro estilo de vida y nuestra espiritualidad sabrán traducirse en actitudes y gestos que comuniquen nuestro ser carmelitas en el continuo esfuerzo por inculturizar el mensaje evangélico y nuestro carisma. Cada cultura en que nos insertamos enriquece nuestra comprensión del mensaje evangélico y de nuestro carisma y los modos que los expresan, porque mientras evangelizamos somos evangelizados nosotros mismos, y llevando a Cristo a los demás, lo encontramos presente en ellos.

La misión ad gentes

Obedeciendo el mandato de Cristo: «Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado»[9], la Orden reconoce y promueve la continuación de una larga tradición misionera, que ha alcanzado su ápice con la declaración de Santa Teresa del Niño Jesús como patrona de las misiones, y confía «que la misión "ad gentes" desvele de una manera nueva el corazón del carisma carmelita».

«La actividad misionera no es ni más ni menos que la manifestación, la epifanía y la realización, del plan de Dios en el mundo y en su historia»[10]. Es «el deber más alto y más sagrado de la Iglesia»[11] porque toda la Iglesia es misionera por naturaleza.

Del mandato explícito del Señor, de las muchas y fuertes declaraciones de la Iglesia y de la tradición de la Orden, resulta claro que la actividad misionera ad gentes, para nosotros carmelitas, hoy no es una posibilidad sino una verdadera exigencia y también un privilegio. Hay que animar e incitar «la insuprimible tensión misionera que distingue y califica a la vida consagrada»[12].

La inculturación

El carisma carmelita va más allá de las diferencias culturales porque la búsqueda de Dios es el meollo de la vocación carmelita y es también el deseo más profundo del corazón humano. En este viaje descubrimos lo que nos une a Dios, a los otros y a toda la creación. Es verdaderamente gozoso en cuanto que a través del mismo alcanzamos una unidad en Cristo en la que ya no hay división o diferencia[13].

Viviendo en medio de la complejidad del mundo, estamos llamados a vivir el Evangelio en la unidad[14]. Somos una Orden internacional, que se extiende por los cinco continentes en una realidad global dividida por el idioma, las fronteras nacionales, la raza, la riqueza y la pobreza, las diferentes ideologías, el credo religioso e incluso las diferencias generacionales. La llamada a la unidad es un don en medio de esta diversidad. La Iglesia nos recuerda que somos una única familia[15]. Aquello que es esencial para nosotros en esta realidad multicultural es nuestra identidad común. Una sólida formación en nuestra identidad cristiana y carmelita es la base segura para el diálogo, la confrontación y la aceptación del otro. De hecho, las comunidades carmelitas de hoy son con frecuencia una mezcla de culturas, nacionalidades y grupos de edad. Esta globalización exige que estemos bien cimentados en nuestra cultura carmelita, de modo que tengamos la flexibilidad para abrazar la diferencia y la visión internacional del mundo[16]. El Evangelio puede aparecer en ropajes diferentes según las distintas culturas, pero es el único Evangelio.

No podemos ya vivir como realidades aisladas, porque todo lo que sucede en el mundo nos afecta, nos desafía, nos envuelve, nos compromete. El fraile mendicante  no está encerrado dentro altos muros, sino que sale a la plaza pública, donde interactúan muchas culturas. Somos herederos de una gran tradición misionera, que abre nuestra Orden a nuevas culturas e ideas, lugares donde “ha sido plantada la semilla del Carmelo” ¡La mies es abundante! Para aquellos que participan en programas de formación inicial y permanente, las experiencias internacionales, el intercambio personal, la diversidad de modos de vivir enriquecen el proceso de formación y ayudan a nuestra Orden a servir al pueblo de Dios en la nueva sociedad multicultural. Estar abiertos a la diversidad dentro  de la Orden y en la sociedad iluminará el diálogo entre nosotros y reforzará el proyecto de vida que la Regla indica[17]. “La Iglesia... avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”[18]

Profetas de justicia y de paz

La dimensión contemplativa de la vida carmelita permite reconocer las huellas de Dios presentes en la creación y en la historia como don gratuito que nos compromete a realizar el proyecto de Dios para el mundo. El camino contemplativo auténtico permite descubrir la propia fragilidad, la debilidad, la pobreza, en una palabra la nada de la naturaleza humana: todo es gracia. Esta experiencia nos hace solidarios con todo el que vive situaciones de privación e injusticia. Dejándonos interpelar por los pobres y los oprimidos, somos transformados gradualmente y empezamos a ver el mundo con los ojos de Dios y a amarlo con su corazón. Con Él oímos el grito de los pobres[19] y nos esforzamos por compartir su solicitud, su preocupación y su compasión por los últimos.

Esto nos impulsa a decir una palabra profética ante las exageraciones individualistas y subjetivistas presentes en la mentalidad actual, ante las múltiples formas de injusticia y de atropello, tanto de las personas como de los pueblos[20].

El trabajo por la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación no son opciones posibles, sino verdaderas urgencias y retos, ante las cuales la fraternidad contemplativa del Carmelo, a ejemplo de Elías[21]  y María[22], debe poder elevar una palabra precisa en defensa de la verdad y del proyecto divino para la humanidad y la creación. Tenemos una palabra que decir al respecto a partir de nuestro mismo estilo de vida fraterno, fundado en relaciones justas y pacíficas según el proyecto de la Regla[23], que nuestra tradición retrotrae a la experiencia de Elías, que funda en el Carmelo una comunidad en la que reinan la justicia y la paz[24].

Mantener vivo el recuerdo de María

El descubrimiento de la tradición mariana del Carmelo nos impulsa hoy a ofrecer el humilde servicio de quien le reconoce a María, luminoso modelo de discipulado, un papel específico en la vida espiritual y eclesial. Se trata de ser promotores de una auténtica renovación mariológica, con una decidida sensibilidad bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica[25]. Además es necesario releer críticamente nuestra tradición mariana, para encontrar un lenguaje nuevo y una nueva manera de expresar nuestra relación con María en el camino espiritual.

 

Source: Ratio Institutionis Vitæ Carmelitanæ, 45-50, 52-53.

 

[1] Cf. Const., 21. El amor a la Iglesia y a su misión es una constante en el Carmelo. Citamos solamente: STA. MARÍA MAGDALENA DE PAZZI, Renovación de la Iglesia; STA. TERESA DEL NIÑO JESÚS, Ms B, 2vº-3vº.

[2] Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25 marzo 1996, 31; 46-56.

[3] Cf. Vita consecrata, 48-49.

[4] El Carmelo: un lugar, un viaje, 3.3.

[5] Cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instrucción La vida fraterna en comunidad, 2 febrero 1994, (“Vita fraterna”), 54-56; Vita consecrata, 51.

[6] Cf. Regla, 9.

[7] CONGREGACIÓN GENERAL 1980, Los pobres nos interpelan, 3, en AnalOCarm, XXXV, 1-2 [1980], 23; cf. Const., 24.

[8] Cf. Regla, 17.

[9] Mt 28, 19-20.

[10] Decreto Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, 28 oct. 1965 (“AG”), 9.

[11] AG, 29.

[12] Vita Consecrata, 77.

[13] Cfr. Gal 3,27-28

[14] Cf. Jn 17, 11

[15] Cf. Decreto AG, 22: “Y serán asumidas en la unidad católica las tradiciones particulares, con las cualidades propias de cada raza, ilustradas con la luz del Evangelio”.

[16] “Una virtud/habilidad que hay que desarrollar es la capacidad para aceptar al otro como auténticamente otro. Esto quiere decir que las diferencias genuinas y vivificantes deben ser afirmadas y celebradas” [Encuentro internacional de formadores carmelitas, Inculturación (Nairobi, Kenia, 2006)].

[17] Cf. Regla, 15.

[18] GS, 40; cf. También Catecismo de la Iglesia Católica, 854.

[19] Cf. Ex 3, 7.

[20] Cf. El Carmelo: un lugar, un viaje, 4.3.

[21] Cf. 1Re 21.

[22] Cf. Lc 1, 46-55.

[23] Cf. Regla, 21.

[24] Cf. Institutio primorum monachorum, 3, 3.5.

[25] Cf. Marialis cultus, 29-39, específicamente, para el aspecto bíblico, cf. STA. TERESA DEL NIÑO JESÚS, Dernières entretiens, 21 agosto, 3, en la poesía “¿Por qué te amo, oh María?” (PN 54).

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