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Celebrando en Familia - La Santísima Trinidad
Dios encarnado en medio de nosotros
(Juan 3:16-18)
Una lectura rápida de las lecturas de hoy nos muestran claramente que la fiesta de la Trinidad es una celebración del amor de Dios por la humanidad.
Es un día para reflexionar quién es Dios, pero no se trata de demostrar cómo pueden existir tres personas en un solo Dios. Hoy, el enfoque de la Iglesia está en la experiencia, no en la teología.
En términos intelectuales, Dios sigue siendo un misterio. Pero, para las personas de fe, Dios no es conocido con la mente, sino con el corazón. En esto consiste, la espiritualidad y la mística: vivir nuestra experiencia de Dios.
En la primera lectura, Dios es proclamado como un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia. Un Dios que camina con su pueblo.
Las palabras de Pablo, en la segunda lectura, nacen de su creencia que, habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, los cristianos siempre deben actuar a imagen y semejanza de Dios.
Por medio de nuestra liturgia pública, la oración personal y la contemplación llegamos a experimentar - a saber y sentir en nuestros corazones, que Dios nos ama, nos acoge, nos perdona y nos invita constantemente a experimentar más profundamente su amor.
Cuando dejamos que el corazón de Dios nos hable con amor en nuestro corazón, comenzamos a asumir en nuestra vida su propia vida. Estamos siendo transformados, nuestros valores y actitudes, nuestra forma de mirar y estar en el mundo comienzan a cambiar. Comenzamos a mirar con los ojos de Dios y sentir con el corazón de Dios.
Nos apasionan las cosas que le apasionan a Dios: hablar con sinceridad, actuar con justicia e integridad, velar por los demás y especialmente por los vulnerables, promover la paz y la comprensión, poner fin a la competencia y la discriminación, respetar la vida.
Esto nos hace ser mejores personas, nuestras vidas se convierten en una bendición para nosotros y para el mundo.
Eso es lo que significa vivir el gran regalo que Dios nos ha dado, el Espíritu de Jesucristo que ha sido derramado en nuestros corazones. Dios se encarna en nosotros y nosotros nos convertimos en administradores de la gracia y la vida de Dios.
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Celebrando en Familia - Domingo de Pentecostés
Enviado para ser el amor de Dios en el mundo
(Juan 20:19-23)
En Pentecostés celebramos la venida del Espíritu Santo sobre el grupo de los primeros creyentes -cristianos: los discípulos. El don del Espíritu Santo es la culminación de la vida, de la muerte y la resurrección de Jesús.
Sería un error pensar que este don fue dado solo en un momento de la historia. Al contrario, el don del Espíritu Santo es un acontecimiento continuo en la vida de cada persona creyente, está presente en cada etapa de la historia de la humanidad. El Espíritu Santo es la presencia de Dios en medio de nosotros, la forma permanente en que Jesús se hace presente en la Iglesia y en la vida de cada persona.
Hoy, no oramos para recibir el Espíritu Santo. El don del Espíritu Santo se nos ha dado por medio de los sacramentos del bautismo y la confirmación. Sin embargo, oramos para ser consciente de la presencia del Espíritu en nuestras vidas y estar disponibles para que el Espíritu crezca en nosotros y cambie progresivamente nuestras mentes y nuestros corazones a imagen de Jesús.
Con Pentecostés culmina la cincuentena pascual y, comenzamos de nuevo el Tiempo Ordinario. La fiesta de hoy nos recuerda que el Espíritu Santo está presente en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. De esta manera, permitimos que lo sagrado nos toque, nos sane y nos transforme a nosotros y al mundo que nos rodea.
La búsqueda espiritual es encontrar el corazón de Dios dentro del nuestro. Cuando estamos en relación con Cristo a través del Espíritu, los dones fluyen en abundancia. El Espíritu es la fuente de la reconciliación con nosotros mismos y con los demás. La reconciliación es esencial si deseamos ‘abrazarnos y protegernos’ en medio de la vida que nos rodea, especialmente en estos momentos.
El Espíritu nos regala los dones de la sabiduría, la comprensión, el juicio recto, el conocimiento, la piedad y la maravillosa presencia de Dios. Pidamos que todos seamos agradecidos, mientras discernimos y decidimos cómo trabajar mejor, para fortalecernos mutuamente, dejando que el amor de Dios se manifieste en nuestro trabajo y en cada uno de nosotros.
Celebrando en Familia - Domingo de la Ascensión
Llamados, elegidos, enviados
como el corazón de Dios en el mundo
(Mt 28:16-20)
La fiesta de la Ascensión conmemora el retorno de Jesús a su Padre. Jesús sube al Padre, pero permanece con nosotros a través del don del Espíritu. El próximo domingo de Pentecostés celebraremos el don y la presencia del Espíritu Santo.
El verdadero significado de la nuestra fiesta de hoy no se encuentra en la partida de Jesús, sino en la forma en que vuelve a reunir a sus discípulos, para conformarlos en una nueva comunidad, a la que se le confió la difusión del Evangelio. Jesús envía a sus discípulos a hacer discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y a enseñarles su camino. Pero, los discípulos no estarán solos, Jesús les promete que estará con ellos todos los días.
Jesús ha llamado al grupo de discípulos desanimados y dispersos, después de la crucifixión, para transformarlos, frágiles y dudosos, en una comunidad para la misión en nombre de Dios. Es reconfortante reconocer que Jesús no insiste en la perfección, antes de llamarnos y confiarnos su misión.
La misión es encomendada por Dios, a través de Jesús. No se trata de una autoridad sobre los demás, sino que es un llamado de actuar como Dios actuaría, siendo fieles al corazón de Dios como Jesús nos ha enseñado.
Desde el día de la Pascua, hemos estado proclamando que Jesús está vivo. Las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés nos ayudan a tomar conciencia que somos parte de una larga tradición de discípulos que han sido fieles. Tenemos nuestros defectos y fallos, pero nuestra llamada es a atestiguar y enseñar el camino de Jesús, con la manera de ser personas, nuestros valores y actitudes, por la forma de pensar, hablar y actuar para ser la presencia viva de Dios en el mundo de hoy.
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Celebrando en Familia - Sexto Domingo de Pascua
La promesa del Espíritu, el amor entre nosotros
y el amor dentro de nosotros
(Jn 14:15-21)
Nos acercamos a las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés y, el Evangelio de hoy nos habla del Espíritu Santo.
Con la fiesta de la Ascensión, Jesús regresa al Padre, pero permanece en medio de sus discípulos con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
Este Espíritu Santo nos mantiene en la comunión del amor con Jesús, con el Padre y con nosotros mismos.
El mandamiento de Jesús siempre es el amor: el amor a Dios y el amor al prójimo. Los que viven según el mandamiento de Jesús permanecen en Él, en los otros y en el amor del Padre.
La llamada a vivir en el amor viene acompañada con un regalo que nos ayuda, nos acompaña en nuestro camino, dándonos el conocimiento, la valentía y una experiencia profunda de la vida y del amor de Dios.
Jesús es el reino de Dios en persona. Él es la imagen de Dios y el paradigma del ser humano redimido, que cada uno de nosotros está llamado a ser.
El Evangelio nos narra una serie de puntos importantes: el fundamento de nuestra relación con Jesús es el amor; el retorno de Jesús al Padre no nos deja huérfanos porque su espíritu, el Espíritu de la Verdad, el abogado, estará siempre con nosotros hasta la venida de Jesús.
La lectura del Evangelio de hoy, toda ella, es como un poema de amor. El amor de Dios por nosotros, que se muestra claramente en la vida de Jesús, nos lleva amarle a él, a los demás y nos permite compartir la vida de Dios ahora y por siempre.
Que la nueva vida que celebramos en estos cincuenta días nos brinde la creatividad del Espíritu que necesitamos para ser el corazón vivo de Dios en nuestro mundo de hoy.
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Celebrando en Familia - Quinto Domingo de Pascua
Jesús, nuestro Camino, Verdad y Vida
(Jn 14:1-12)
En las primeras palabras del Evangelio, Jesús llama a sus discípulos a confiar en él y en Dios. Lo hace en el contexto del anuncio de su partida. Es comprensible que los discípulos tengan miedo e incertidumbre como lo demuestran las preguntas de Tomás y Felipe.
Jesús les llama a confiar en él como el camino que lleva a Dios, la verdad viva de Dios y la vida misma de Dios.
En cierto sentido, Jesús es nuestro mapa, nuestro camino y el destino de nuestro viaje. Pero llegar al destino no es algo que ocurra solo en el cielo.
Tenemos que empezar a llegar ahora por medio del don del Espíritu.
Es el espíritu de Jesús quien nos mantiene en comunión con Dios, quién nos revela la verdad acerca de Dios y quién es la misma vida de Dios dentro de cada uno de nosotros.
Deseamos vivir fieles a la vocación que hemos recibido de Dios, conscientes que el Espíritu ha sido derramado en nuestros corazones, para que nos convierta en verdaderos creyentes y mostrar el rostro de Dios en medio de nosotros.
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Celebrando en Familia - Cuarto Domingo de Pascua
El Buen Pastor llama a sus ovejas por su nombre,
ellas conocen su voz
(Jn 10:1-10)
El cuarto domingo de Pascua es conocido como ‘el domingo del Buen Pastor’ porque no importa el ciclo litúrgico que estemos celebrando siempre el Evangelio nos mostrará la imagen de Jesús como el Buen Pastor.
En este año, la lectura del Evangelio nos habla de Jesús como la ‘puerta del redil’, es decir, Jesús es la puerta verdadera para entrar en el redil de Dios. Quienes entran al redil de otra manera solo traen desastre y destrucción; pero quienes entran a través de Cristo, estarán a salvo, serán guiados al buen pasto y poseerán la vida en toda su plenitud.
Jesús como el buen pastor nos alimentan, nos defiende e incluso da su vida por nosotros.
Nuestro Buen Pastor se preocupa profundamente por nosotros y el rebaño tiene la profunda sensación de calidez e intimidad, al darse cuenta que Jesús nos conoce por nuestro propio nombre. Como el Buen Pastor, Jesús, es la fuente de la vida, el alimento y la seguridad para las ovejas.
Reflexionar acerca de Jesús como el Buen Pastor, también, nos ayuda a recordar que pastoreamos a los otros en nombre de Jesús, esta es la vocación de los discípulos. Estamos acostumbrados a pensar en Jesús como el Buen Pastor, pero, también tenemos que pensar en ser, en convertirnos en buenos pastores los unos con los otros.
Una de las cosas más alentadoras acerca de la pandemia fue el número de personas que se han convertido en buenos pastores para los demás, proporcionando seguridad y protección a las personas vulnerables, apoyando a los trabajadores de la salud, proporcionando comidas y compañía.
Sí, también hubo ‘ladrones y bandidos’ que se aprovecharon de los demás subiendo los precios, vendiendo productos que nunca llegaron a entregarse y cometiendo otras estafas en línea.
Pero, como Jesús, estamos llamados a dar la vida por los demás en toda su plenitud.
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Celebrando en Familia - Tercer Domingo de Pascua
Un extraño comparte su camino, sus corazones
comienzan a arder y lo reconocen
(Lc 24:13-35)
Lucas nos ha narrado una historia maravillosa: los dos discípulos de Emaús. Es otra historia de transformación personal por medio del encuentro con Jesús resucitado.
Es una historia conmovedora y que fácilmente nos podemos identificar con ella, sintiéndonos aplastados por el peso de la vida y nuestros sueños destrozados.
Ellos no creen en el testimonio de las mujeres que decían que Jesús que está vivo. Tampoco no le reconocen en el extraño que camina junto con ellos. ¿Así también nosotros, algunas veces, somos así?
¿Qué hace Jesús? Primero, les invita a compartir con él su historia, les deja hablar. Para después describirles la historia más grande de su vida, muerte y resurrección al comentar lo lo que decían de él todas las Escrituras. En otras palabras, les da una nueva perspectiva, su historia enmarcada en la gran historia del proyecto de Dios.
Su esperanza está siendo reconstruida. Sus corazones comenzaron arder mientras Jesús les hablaba por el camino. Entonces, comienzan sus corazones a inflamarse nuevamente. Cuando llegan a Emaús, Jesús hace el ademán de seguir adelante, pero ellos le rogaron que se quedara con ellos.
Sentados a la mesa, Jesús toma el pan, dice la tradicional plegaria de bendición judía (como una acción de gracia antes de la comida), parte el pan y en ese instante se le abrieron los ojos de los discípulos y lo reconocieron.
Los discípulos apenas pueden contener su alegría e inmediatamente regresan a Jerusalén, ansiosos para compartir su historia con la comunidad. No les importó viajar de noche, que, en el mundo antiguo, comportaba correr un riesgo de robo y de muerte, pero ellos no podían esperar.
De ser dos hombres tristes, deprimidos, desanimados y afligidos, se transforman en heraldos impacientes y entusiastas de buenas noticias. El encuentro con Jesús los ha transformado.
Es el mismo Jesús, que encontramos en nuestros corazones y en la Eucaristía.
Tal vez, podríamos pasar un poco más de tiempo compartiendo con Jesús nuestra historia y escuchando profundamente la suya.
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Celebrando en Familia - Segundo Domingo de Pascua
La comunidad reunida recibí, con alegría el
Espíritu Santo que la transforma
(Jn 20:19-31)
Con la resurrección del Señor, el domingo pasado, comenzó en la Iglesia la celebración de la cincuentena Pascual, que concluirá, en seis semanas, con la fiesta de Pentecostés.
Los evangelios de cada domingo de esta cincuentena serán una meditación sobre Jesús como: el Cristo resucitado, que enseña las Escrituras, comparte el pan y da la vida en toda su plenitud, porque él es el camino, la verdad y la vida, la promesa del amor de Dios.
El Evangelio de este domingo nos presenta dos historias de transformación por el encuentro con Jesús resucitado.
En la primera, Jesús se aparece a los discípulos que estaban asustados y desconcertados en una habitación con las puertas cerradas. Sus primeras palabras son: ‘La paz con vosotros’. Entonces, el miedo y el desconcierto se convierten en alegría cuando los discípulos reconocen la presencia de Jesús resucitado en medio de ellos. Pero eso no es todo, luego son enviados a ser misioneros de la paz y el perdón. Reciben el Espíritu Santo, se transforman de un grupo de personas atemorizadas, escondidos en una habitación, en personas valientes que proclaman el amor y la misericordia de Dios.
Sabemos que el miedo genera soledad y encierro en sí mismo. Lo vivimos cada día en estos momentos.
Mientras buscamos los medios para mantenernos a salvo nosotros mismos y a los demás, también, estamos tratando que nuestros corazones no se bloqueen.
En nuestra naturaleza humana encontramos algo bueno inherente en ella. Las personas están encontrando nuevas formas de cuidarse mutuamente; por ejemplo: como restaurantes de primera clase ofrecen cientos de comidas para personas pobres, ancianas o aisladas.
U otros muchos ejemplos de personas que transforman el miedo y el desconcierto en momentos de esperanza y de alegría. ¿reconocemos la presencia del Jesús resucitado en estas acciones salvíficas?
La segunda historia del Evangelio de hoy, todos la conocemos es la duda de Tomás; pero, más bien la deberíamos llamar como el Tomás creyente: la duda es solo el inicio de la historia.
Jesús no regaña ni reprende a Tomás. Si Tomas quería pruebas, solo necesitaba tocar a Jesús para sentirlo que es real. Pero Tomás no lo hace, sino que el encuentro personal con Jesús lo transforma de escéptico en creyente.
Este texto evangélico nos recuerda que la fe no consiste en creer con nuestras mentes o en la búsqueda de pruebas, sino que la fe se encuentra únicamente en nuestra relación personal con Jesús.
Quizás estos días nos brinden un poco más de tiempo para sentarnos y conversar con Jesús, para reconocerle ya presente en nuestros corazones, para dejar que nuestros miedos y dudas sean superados por el amor, para encontrar formas nuevas y creativas de transformar la oscuridad en luz, paz y alegría para los demás.
Que la nueva vida que celebramos, en esta cincuentena cincuenta pascual, nos traiga la creatividad del Espíritu que necesitamos para ser en el mundo de hoy el corazón vivo de Dios.
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Celebrando en Familia - El Domingo de Pascua
Un sepulcro vacío
La vida ha cambiado para siempre
Es presencia duradera
(Juan 20:1-9)
Cuando una persona muere, una de las cosas que sentimos es su ausencia. La habitación y los lugares donde se sentaba, cuando vivía entre nosotros, están vacías y nuestros corazones se entristecen.
Para nosotros no es una dificultad compartir la sensación de desconcierto y vacío que sintió María Magdalena cuando llegó al sepulcro. Esta es una Pascua, como nunca antes, la habíamos tenido. Sin nuestras celebraciones habituales, junto a la familia y los amigos, podemos sentir realmente un vacío.
Pero, si leyéramos los versículos subsiguientes del Evangelio de Juan, que acabamos de escuchar, nos encontraríamos con una historia rebosante de alegría, María se encuentra con Jesús, el resucitado.
Cuando ella escucha su nombre ‘María’, lo reconoce y su tristeza, su vacío, dan paso a la alegría del encuentro con Jesús.
Es una historia de transformación, cómo pueden cambiar las cosas cuando realmente nos encontramos con Jesús, el resucitado.
En cierto modo, todos estamos atrapados en nuestros sepulcros, especialmente en estos momentos, que contienen a nuestros seres queridos, nuestras experiencias de dolor, nuestros miedos y ansiedades.
Necesitamos la presencia porque experimentamos la ausencia de estar separados de nuestros seres amados y amigos.
La práctica de la presencia de Dios nos puede ayudar, recordando que estamos en su presencia, podemos hablar con él como se hablan los amigos.
Dios está en medio de nosotros, no importa lo que estemos viviendo, él está presente. Dios es nuestro constante compañero. Si experimentamos profundamente la presencia de Dios en nuestras vidas, que no solo está a nuestro lado, sino que está dentro nosotros. Entonces, los temores, las ansiedades, los dolores comenzarán a desaparecer. Y, donde había ausencia, ahora hay una presencia serena, amorosa, sanadora y nuestros sepulcros comenzaran a vaciarse dando paso a la alegría.
Con la resurrección la muerte da paso a la vida, lo imposible se convierte en posible, la ausencia se transforma en presencia.
¡Que todos vuestros sepulcros estén vacíos!
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Celebrando en Familia - El Viernes Santo
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
(Juan 18:1 - 19:42)
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía allí a menudo con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: ‘¿A quién buscáis?’ Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Les dijo Jesús: ‘Yo soy’. Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: ‘¿A quién buscáis?’ Ellos dijeron: ‘A Jesús el Nazareno’. Jesús contestó: ‘Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos’. Y así se cumplió lo que había dicho: ‘No he perdido ninguno de los que me diste’.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: ‘Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre ¿no lo voy a beber?’
Silencio y pausa para la reflexión
La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: ‘¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?’ El dijo: ‘No lo soy’. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: ‘Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo’. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: ‘¿Así contestas al sumo sacerdote?’. Jesús respondió: ‘Si he faltado en el hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas’. Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: ‘No eres tú también de sus discípulos?’ Él lo negó diciendo: ‘No lo soy’. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: ‘¿No te he visto yo con él en el huerto?’ Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.
Silencio y pausa para la reflexión
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: ‘¿Qué acusación presentáis contra este hombre?’ Le contestaron: ‘Si éste no fuera un malhechor no te lo entregaríamos’. Pilato les dijo: ‘Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley’. Los judíos le dijeron: ‘No estamos autorizados para dar muerte a nadie’. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Jesús le contestó: ‘¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?’ Pilato replicó: ‘¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te ha entregado a mí; ¿qué has hecho?’ Jesús le contestó: ‘Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí’. Pilato le dijo: ‘Conque ¿tú eres rey?’ Jesús le contestó: ‘Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz’. Pilato le dijo: ‘Y, ¿qué es la verdad?’ Dicho esto, salió otra vez donde estaban los judíos y les dijo: ‘Yo no encuentro en El ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos’ Volvieron a gritar: ‘A ése no, a Barrabás’. El tal Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar.
Y los soldados trenzaron una corona de espinas se la pusieron en la cabeza y le echaron por
encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían: ‘¡Salve, rey de los judíos!’ Y le daban bofetadas.
Silencio y pausa para la reflexión
Pilato salió otra vez afuera y les dijo: ‘Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa’. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: ‘Aquí lo tenéis’ Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’ Pilato les dijo: ‘Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él’. Los judíos le contestaron: ‘Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se hadeclarado Hijo de Dios’. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?’. Jesús le contestó: ‘No tendrías ninguna autoridad sobren mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.’
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: ‘Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César’. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio quellaman ‘El Enlosado’ (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: ‘Aquí tenéis a vuestro Rey’. Ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera; crucifícalo!’ Pilato les dijo: ‘¿A vuestro rey voy a crucificar?’ Contestaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que al César’. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Silencio y pausa para la reflexión
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado ‘de la Calavera’ (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con El a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús y con El a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús.
Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: ‘No escribas ‘El rey de los judíos’, sino “Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: ‘Lo escrito, escrito está.’
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica; sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: ‘No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quien le toca.’ Así se cumplió la Escritura: ‘Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica’. Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: ‘Tengo sed’. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: ‘Está cumplido’. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Silencio y pausa para la reflexión
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que
uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: No le quebrarán un hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que atravesaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Silencio y pausa para la reflexión