San Alberto habla en nuestra Regla que hay que hacer “algún trabajo” . Esta expresión indica que el trabajo no es un fin en sí mismo, como a menudo se malinterpreta en las sociedades contemporáneas, donde las personas son valoradas según el estatus, la eficiencia y el resultado de su trabajo.
Por una parte, la Regla carmelita ve el trabajo simplemente como un medio para sostener la comunidad. Por lo tanto, todo trabajo se ha de entender como trabajo de la comunidad, aún cuando se realice en la mayor soledad. Por otra parte, según nuestra Regla, el trabajo tiene un significado espiritual en nuestro camino hacia la unión con Dios y en la construcción del Reino. Fuera de los horarios de la oración y de las actividades comunitarias, el trabajo nos ayuda a estar dedicados a alguna cosa con atención y concentración, con el fin de estar “ocupados”, de modo que no nos distraigamos del verdadero significado de nuestra vida. Por eso nos pide la Regla trabajar en silencio.
Un sano equilibrio entre oración, trabajo y tiempo de descanso nos ayudará a permanecer concentrados con todo nuestro ser en el amor transformante de Dios siempre y en cualquier sitio, para que podamos reconocer y seguir mejor su voluntad sobre nosotros.
Como parte de la Iglesia institucional, tendemos a considerar el trabajo más o menos exclusivamente como ministerio pastoral o litúrgico. La Regla, sin embargo, nos ofrece el ejemplo del apóstol Pablo, que integró en su propia vida dos dimensiones importantes del trabajo: ejerció su profesión de tejedor de tiendas y vivió de este trabajo manual. El tiempo restante se dedicó a trabajar por el reino de Dios proclamando el Evangelio.
Toda comunidad, y, de hecho, todo carmelita, debe encontrar el justo equilibrio entre estas dos dimensiones del trabajo .
Source: Ratio Institutionis Vitæ Carmelitanæ, 44.