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Las Monjas Carmelitas

El origen del Carmelo Femenino, o Segunda Orden, debe identificarse con el fenómeno de la agregación de los laicos a los conventos carmelitas, ya presente en la segunda mitad del siglo XIII. Durante mucho tiempo, las mujeres no podían formar parte de la Orden sino a través de la "oblación" acompañada de una escritura notarial. En los documentos escritos en lengua vernácula eran llamadas "beatas". Poco a poco, la propagación del pinzochere, tanto profesos como no profesos, plantea la necesidad de una aclaración de su estado. Así nació la iniciativa de pedir al Papa Nicolás V una intervención para aclarar y definir esta situación con autoridad pontificia. Con la Bula Cum nulla de Nicolás V del 7 de octubre de 1452, que luego se completó con otra bula, la Dum Attenta de Sixto IV (28 de noviembre de 1476), estas piadosas mujeres fueron admitidas a vivir bajo el hábito y la protección de la Orden del Carmen.

El compromiso de vivir en obsequio de Jesucristo, don carismático de la Orden, encuentra en las monjas una forma de expresar en la Iglesia el ideal contemplativo con que nació y en el que vive el Carmelo. Las monjas aportan su experiencia claustral, acogiendo con gozo y generosidad a cuantas se acercan a ellas, y promoviendo en la Iglesia, la escucha orante de la Palabra y la profundización de los valores espíritu, en fidelidad a su género de vida y a las normas de la clausura (Constituciones de las Monjas de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, 21).

A semejanza de Elías, inspirador del Carmelo, la monja carmelita asume la línea profética como característica propia de su vida, orientada a la escucha interior de la Palabra de Dios y a dar un testimonio especial del Dios vivo y de las exigencias supremas de su Reino. En íntima unión con María, “libro en la cual está escrita nuestra Regla, porque en ella está escrito el Verbo”, se propone vivir el misterio de su vida interior y de la unión con Dios, en Cristo Jesús. Así, cada monasterio será como un cenáculo, en compañía de María, la Madre de Jesús, las monjas implorarán por la plegaria la acción del Espíritu Santo en el Pentecostés permanente de la Iglesia (Constituciones de las Monjas de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, 22).

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