El 16 de julio une a personas de todo el mundo en celebración y acción de gracias por el don de nuestro amor a María, la Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
En nuestra tradición reconocemos a María como Madre y Hermana. Bajo estos dos títulos me gustaría reflexionar con Ustedes este año sobre el mundo en que vivimos, ese mundo que Dios tanto ama y siempre ha amado, que ha enviado a su único Hijo a él como Salvador.
Ahora ese mundo está en dolor, la tierra misma está en dolor, y gente en todas partes del mundo vive cada día sin ninguna seguridad o esperanza en el futuro. Sus condiciones están determinadas, no por la buena o mala fortuna, no por su propia voluntad o falta de voluntad para trabajar y ser responsable, sino por condiciones que están determinadas por las políticas sociales y económicas de los que tienen el poder y la codicia y la avaricia de quienes han utilizado sus talentos para ganar más y más para ellos mismos y sus círculos inmediatos sin tener ninguna consideración por las personas fuera de esos círculos.
Ese es nuestro mundo tal como es hoy, o más bien, esa nada más que una dimensión del mundo tal como es hoy. La otra dimensión es aquella en la que gente vive con responsabilidad y compromiso, algo que reconocemos en el trabajo de individuos y organizaciones que son constructores de un mundo de justicia e igualdad. Estas personas son muchas y provienen de diferentes escuelas de formación, de diferentes religiones y no religiones, personas que tienen sentido de la igualdad y que actúan con justicia en sus propias vidas y buscan la justicia en nuestras instituciones y gobiernos. Los carmelitas estamos allí. Estamos allí por nuestra vocación carmelita que nos enseña los valores por los que Jesús dio su vida, y que María y Elías y nuestros santos carmelitas ejemplificaron en su apertura a Dios y su amor a sus hermanos y hermanas, viviendo en el mundo.
Proclama mi alma la grandeza del Señor Lc 1.46
Nadie vive solo. Nuestra vida está hecha de relaciones y vivimos en una casa común que tiene que ser plenamente una casa para todos. Por eso, en todo lo que hacemos, tratamos de construir y mantener una buena relación con Dios, con el prójimo, con la familia, con todos los demás seres humanos y con la tierra misma. Las buenas relaciones son aquellas en las que los participantes crecen y alcanzan la madurez. Hasta el mismo Dio “crece” si creemos que su gloria es la persona humana en plena madurez. También la tierra crece según el plan de su creador. Buena relación es lo que entendemos por justicia. Es lo que tenemos que construir todo el tiempo para vivir de manera respetuosa de la dignidad de cada persona humana creada a imagen y semejanza de Dios.
En el Carmelo honramos a la Virgen María con el título de la Señora del Lugar. Hemos entendido el Carmelo como un lugar de belleza, un jardín lleno de bellas flores, agradables olores y colores, constante crecimiento y armonía. María es la Señora de ese lugar, santificado y hermoso por la vida de las personas que viven en ese lugar bajo el manto de María. Así como los carmelitas están llamados a una vida de oración, están llamados a dedicar su vida también al cultivo del lugar que le pertenece a María.
Una mirada al mundo nos muestra dónde los y las Carmelitas cumplen esa vocación. Está presente en todo lo que hacemos. Está ahí en la vida de nuestras hermanas monjas de clausura, en sus monasterios, en la vida de las hermanas carmelitas trabajando con los enfermos, o en las escuelas, o en su ministerio parroquial, está ahí en la vida de los laicos que viven honradamente y con compromiso haciendo lo mejor para crear ambientes en los que las personas puedan vivir en dignidad y amistad, está ahí en la vida de los frailes en sus comunidades, sus parroquias, escuelas, capellanía en la prisión, atención a los enfermos, acompañamiento espiritual y en su vida en comunidad. Es cierto que a veces seguimos trabajando sin una gran conciencia del bien que estamos haciendo y de la diferencia que hay entre nuestro mundo y el mundo de los codiciosos e indiferentes. Pero la diferencia está ahí y está motivada por nuestra oración y por nuestra vida en comunidad.
Esta búsqueda de justicia también se ve en el trabajo de las personas en las situaciones de marginación. Hay muchos Carmelitas que se han acercado de una manera particular a las personas sin hogar, a otras atrapadas en la tiranía de la dependencia de sustancias químicas o en la red de la trata de seres humanos, a otras que no tienen acceso a la educación o a los servicios sanitarios, y necesitan la ayuda de personas que aman con un amor evangélico. Nuestra historia nos habla de un compromiso constante con los pobres. En ese lugar que María vela, los pobres tienen un lugar privilegiado. En ese lugar los pobres nos enseñan a aferrarnos a la esperanza cuando hay muy pocos signos de esperanza que no sean nuestra confianza en Dios y nuestra confianza en las personas humanas. Es notable que habiendo sido tan maltratados por la gente, los pobres sigan teniendo esperanza en la gente. El mundo de los pobres, el lugar de María, es un lugar acogedor. Se han quitado las rejas, las cámaras de seguridad, los perros guardianes, no hay nada que defender. Esa es también nuestra pobreza, que no tenemos nada que defender, porque Dios es quien nos defiende y a lo único que estamos llamados a defender es el nombre de Dios para que no se use para justificar intereses egoístas, y la imagen de Dios que está en el rostro y en la vida de cada uno de nuestros hermanos y hermanas.
Si por alguna razón hay carmelitas que viven en un mundo que se construye alrededor de ellos mismos y de sus propias necesidades e ideas, un mundo egoísta que se presenta como mundo religioso, entonces la celebración de la fiesta de la Virgen del Carmen puede ser un momento para reflexionar y salir de la búsqueda de nuestros propios intereses egoístas. El sí de María es para todos nosotros el ejemplo de la persona que escucha la voz de Dios. Esa voz hoy nos viene a través de la Palabra, de la Iglesia y del mundo, donde el grito del pobre sigue fuerte como siempre y espera la respuesta de personas que se han consagrado a vivir en obsequio de Jesús Cristo. Hoy María asume ese mismo grito. María llora al ver sus hijos e hijas que no saben decir no a la guerra, al uso cruel y indiscriminado de las armas, al abandono de los “descartables”, al olvido de los ancianos, a las decisiones arbitrarias en torno a la vida de los no nacidos.
Ya no podemos ser indiferentes a la producción, venta y uso de armas de todo tipo, en el mundo de hoy. Tiene que haber una manera de reconocer que un arma no tiene otra finalidad que herir o destruir la vida de un organismo vivo, la mayoría de las veces una persona humana. No podemos ver que el talento de tantos jóvenes se desperdicie mientras viven en las calles y se abren paso en pandillas que por crueldad y desesperación destruyen la vida de sus miembros y de otras personas que se interponen en su camino. No podemos cerrar el corazón a los niños que se ven obligados a crecer en campos de refugiados o a orillas de ríos secos, sin nada que comer ni nada que beber y con vidas que duran solamente unos pocos días. Para todos los que tienen el tipo de compromiso y sensibilidad que construirán un mundo justo y pacífico, Laudato si. ¡Alabado sea Dios! Alabado sea en nuestra vida y en todas nuestras acciones encaminadas a construir el mundo que Dios ha preparado para nosotros. Para lograrlo, Dios seguirá siempre como uno que “hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.
Que estos días de celebración sean para todos nosotros una inspiración para hacer todo lo que podamos, sabiendo que si hacemos más, el Señor nos recompensará a su regreso.
Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros.
Fraternalmente,
Míċeál O’Neill, O.Carm
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