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Viernes, 10 Marzo 2023 08:34

Celebrando en Familia - Tercer Domingo del Tiempo de Cuaresma

Venid y bebed
(Juan 4:5-16, 19-26, 39-42)

El domingo pasado, el Evangelio de la Transfiguración completó la pequeña parábola que se inicia con el inicio de la Cuaresma. Los Evangelios de los dos primeros domingos describen la Cuaresma y la vida cristiana como un viaje constante de la tentación y la duda a la transfiguración y la fe; un viaje que nos aleja de dejarnos tentar por el mal y nos lleva a dejarnos tentar por el bien por la acción del Espíritu Santo de Dios en nosotros.

Los Evangelios de los tres próximos domingos dejan claro que el camino de la tentación a la transfiguración es a través de Jesucristo, que es Agua Viva, Luz y Vida para el aspirante a discípulo. Son tres grandes historias de Juan sobre la respuesta de fe:

• La mujer junto al pozo: alcanzar la fe a pesar de las barreras, la historia personal, las diferencias de tradición religiosa, las circunstancias de la vida.
• El ciego de nacimiento: la fe crece en medio de toda clase de pruebas y de las dudas de los otros.
• La resurrección de Lázaro: la fe sometida a prueba por lo último: la muerte.

El primero de los tres ‘grandes Evangelios’ de la Cuaresma es el de este fin de semana: el encuentro entre Jesús y la samaritana.

La primera lectura del Éxodo sienta las bases del Evangelio. El pueblo tiene sed y Dios le da agua, aunque se quejen de él y lo ‘pongan a prueba’.

Del relato de la conversación de Jesús con la mujer samaritana podemos deducir que la fe nace del encuentro personal con Jesús, que nos ofrece el agua viva de su Espíritu. Jesús nos ofrece su Espíritu a pesar de todo tipo de obstáculos, de nuestra historia personal o de nuestras circunstancias y, a menudo, de nuestra obstinada resistencia. La fe es un viaje: es necesario un tiempo para comprender lo que se ofrece y quién lo ofrece. Debemos superar algunos obstáculos en lo que respecta a la religión o la práctica religiosa para entrar plenamente en la fe que no depende de los cultos rituales. La fe nos convierte en misioneros, evangelistas, proclamadores de la Buena Nueva.

El agua es un poderoso símbolo de vida. Se puede aguantar muchos días sin comer, pero solo unos pocos sin agua. En nuestra tradición cristiana, el agua es un símbolo fuerte de la vida de Dios que nos sostiene y da vida a nuestros corazones. Por eso la utilizamos en el Bautismo y para bendecir objetos y a nosotros mismos. El agua viva que Jesús promete es su Espíritu. Un espíritu que cura y transforma; que se deleita en la experiencia del amor y la misericordia de Dios; que no puede dejar de proclamar la bondad de Dios.

Nuestro nuevo encuentro con el espíritu de Cristo en esta Cuaresma nos cura y nos transforma, y nos convierte en un “evangelio vivo para que todos lo oigan”.

Un momento en silencio para la reflexión

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