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Viernes, 17 Marzo 2023 09:11

Celebrando en Familia - IV Domingo del Tiempo de Cuaresma

Camino hacia la luz
(Juan 9:1-41 texto breve)

Durante el Evangelio de este domingo, acompañamos al ciego de nacimiento en el camino hacia la luz.
En la versión completa de este Evangelio, lo primero que leemos es que Jesús anuncia que el hombre está libre de pecado, que ha nacido ciego para que la gloria de Dios se manifieste en él.

A continuación, Jesús da la vista al ciego. Fíjate en que el hombre no pidió ser curado: es la iniciativa de Jesús, que da el primer paso y se acerca a él con amor. De esta manera es como Jesús se acerca a nosotros también.

Cuando el hombre regresa a casa, sus vecinos y amigos no lo reciben con alegría ni le dan la bienvenida. Por el contrario, es recibido con muchas preguntas y sospechas. Parecen ciegos ante lo que le ha sucedido. Estos mismos vecinos y amigos llevan al hombre ante las autoridades religiosas para consultar su opinión sobre la situación. Pero ellos también reciben al hombre con muchas preguntas y grandes sospechas, y finalmente lo echan. También ellos están ciegos ante la obra de Dios, tanto en el hombre como en Jesús, que lo ha curado.

Jesús se encuentra con el hombre y le pregunta sí cree. El hombre pregunta en quién debe creer. Jesús le responde: ‘En mí’. El hombre, que ahora ve claramente quién es Jesús, cree y adora.

Todo el mundo de este hombre se ha transformado totalmente, de la oscuridad total a la luz, gracias a la
acción amorosa de Jesús. Poco a poco, a lo largo de lectura, el hombre se va dando cuenta de quién es Jesús. Al principio, Jesús es simplemente ‘un hombre’, luego ‘un profeta’, después ‘Hijo del Hombre’ y, finalmente, ‘Señor’. 

Nosotros también podemos estar ciegos ante las muchas formas en que Dios está presente en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean. Puede llevarnos algún tiempo en nuestro camino de fe, darnos cuenta de quién es Jesús y permitir que nuestras vidas se llenen de luz.

Las velas que utilizamos en nuestras iglesias nos recuerdan la vitalidad y la vida de Cristo que se nos ha confiado. Con nuestras mentes iluminadas y nuestros corazones ardientes por el Espíritu de Cristo, nosotros también desarrollamos una verdadera comprensión y, a medida que el corazón de Dios comienza a latir dentro del nuestro, nos convertimos en luz y calor para los demás.

¡Que la luz de Cristo arda con fuerza en nosotros!

Un momento en silencio para la reflexión

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