Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891, el Día de la Expiación, en el seno de una familia judía observante. Más tarde escribiría: "Mi madre daba mucha importancia a este acontecimiento, y creo que, más que nada, eso hizo que su hija menor fuera especialmente querida por ella... El Día de la Expiación es la más solemne de todas las fiestas judías, el día en que el sumo sacerdote entraba en el Santo de los Santos, llevando consigo los sacrificios que debían ofrecerse en expiación por él y por todo el pueblo, después de que el chivo expiatorio, cargado con los pecados de la nación, hubiera sido expulsado al desierto".
Edith Stein era una niña muy inquieta e independiente, con una mente precoz. En su adolescencia lidiaba con su propia fe. Estudió filosofía y se asoció con Edmund Husserl, el padre de la fenomenología. En 1922 se convirtió al catolicismo. Ingresó en un monasterio de carmelitas descalzas y emitió los votos perpetuos en abril de 1938. Tomó el nombre religioso de Teresa Benedicta de la Cruz, en honor a Santa Teresa de Ávila y San Benito de Nursia.
Debido al programa nazi de liquidación de los judíos en Europa, Edith y su hermana biológica, Rosa, fueron trasladadas de su monasterio en Colonia, Alemania, al monasterio de las Descalzas en Echt, Holanda, por seguridad. Tras la carta pastoral de los obispos holandeses en la que se denunciaba el trato que los nazis daban a los judíos, todos los católicos bautizados de origen judío fueron arrestados. Las hermanas Stein fueron enviadas al campo de concentración de Auschwitz, cerca de Cracovia (Polonia). Fueron asesinadas el 9 de agosto de 1941 en la llamada cámara de gas de la "Pequeña Casa Blanca", situada en la parte trasera del campo, el 9 de agosto de 1942.
Con el testimonio de su vida, la hermana Teresa Benedicta encarna las palabras de Santa Teresa de Ávila: "No me arrepiento de haberme entregado al Amor". Recibió el título de "mártir del amor" cuando fue canonizada en 1998.
Su testamento final dice en parte: "Acepto con alegría y por adelantado la muerte que Dios me ha señalado, en perfecta sumisión a su santísima voluntad. Que el Señor acepte mi vida y mi muerte por el honor y la gloria de su nombre, por las necesidades de su santa Iglesia -especialmente por la conservación, la santificación y el perfeccionamiento final de nuestra santa Orden y, en particular, por los Carmelos de Colonia y Echt-, por el pueblo judío, para que el Señor sea recibido por los suyos y su reino venga en gloria, por la liberación de Alemania y la paz en todo el mundo, y, finalmente, por todos mis parientes vivos y muertos y todos los que Dios me ha confiado: Que ninguno se pierda".