13 de noviembre Memoria libre en las provincias italianas
El sentimiento de la Divina Presencia se había hecho para mí, como ya he dicho, continuo: en la oración no podía aprovecharme de los libros, ni vocalizarla: Era una dulcísima unión (si no me equivoco de la oración de quietud; doy este nombre de unión, creyendo que es tal, según mi poco conocimiento) Dije que era una dulcísima unión, de la cual no sabía desprenderme, o mejor dicho, no me resignaba a su cese, a no ser persuadida a dejar a Dios, por Dios; es decir, a dejar a Dios en la contemplación de Magdalena, para encontrarlo en sus propios deberes, en el cuidado de Marta; lo cual si ella hubiera dado su lugar, y no más, y no se hubiera volcado toda en ellos, por el divino Maestro creo que no hubiera estado bien: Más bien, que gocemos de Él, que trabajemos por Él: y luego volvamos a descansar en Él. ¡Oh, qué buena guía es en esto (como en todo lo demás) el puro amor a Ti! Y ¡qué fácil es, ir mezclado con él, el amor proprio! Digo para nuestra satisfacción, que aunque es espiritual, no lo creo bueno; ni lo creí nunca; ahora me confirman en esto, algunas cosas que he leído, me parece en los escritos de Nuestra Señora Teresa, pero como dije aun antes de leerlos, tenía tal opinión. Es una gran miseria lo que veo, y por eso he tenido experiencia de ello: que o queremos ser piadosos y espirituales a nuestra manera, o no somos piadosos en absoluto: las cabezas pequeñas caen fácilmente en el primer error, las grandes (no las más grandes) en la segunda desgracia. ¡Oh, Dios mío! El orgullo es una cosa mala; en verdad una cosa muy mala, puesto que trastorna y desvía la más hermosa dote del Hombre, que es el entendimiento, hacia su verdadera dirección. Oh si esto se gastara para lo que Tú lo diste... ¡oh nuestra felicidad! ¿Y por qué no se entiende, mientras que Tú de esto, (digo del intelecto) nos hiciste un regalo? Ah! nuestra felicidad que se malgasta, en cosas vanas y falaces, que tal vez no llegaremos a comprender; o porque no se nos da, o porque se nos quita, por una muerte inmadura.
¡Oh ceguera... oh ceguera! Perderse en las ciencias humanas, cuando no sirven al fin inmortal: y tal ciertamente no puede llamarse, lo que una vez tiene su término.
Oh, Esposo mío, oh, Esposo mío: ¡cuán duro es tal conocimiento para quien tanto Te ama! Quiero comprender cuánto se descuidan los hombres en el conocimiento de Ti... como si todo lo demás fuera más necesario que esto. ¡Oh, trastorno de los intelectos humanos! Que en nuestro siglo, por los mejores (quiero decir por los que quieren ser verdaderos cristianos), se aprueban muchas cosas, y mucho más en circunstancia se practican, con la defensa del deber de la conveniencia, y costumbres de los tiempos, que con el paso del tiempo, se civilizan y varían.
¡Oh, tú, civilización, fatal para nosotros, si, poco a poco, en el corazón del hombre, extingues la Religión! Oh, Esposo, oh Esposo: ¿y quién Te seguirá, allá en medio del gran mundo?
Si unos no lo hacen por malicia; otros se miran con humano respeto; otros no lo hacen por ignorancia... Quiero decir, porque son criados y educados en la ignorancia, por su condición y miseria: que no son los primeros que se expresan, pues persiguen y se fascinan en vanas ciencias del mundo, y se descuidan en el conocimiento de las cosas de Dios: ¡ah! No tiene realmente allí, donde reclinar la cabeza: por todas partes se ven espinas y abrojos, de vanidad, y vanidad; y temo, que aun lo que parece virtud, no sea verdadera, ni auténtica, piedad; si no escapan los ricos, y por temor de contagio; pero más ávidos de honor que repugnados de ésta; gozamos de estar detrás.