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Miércoles, 06 Noviembre 2024 11:02

Beato Francisco Palau i Quer (OCD), Sacerdote

 
7 noviembre Memoria libre en las provincias de España
 
La eficacia de la oración en favor de la Iglesia
De los escritos del Beato Francesco Palau, OCD

Dios, en su providencia, ha dispuesto que nuestros males no se remedien y que sus gracias no nos sean concedidas sino por la oración, y que por la oración de algunos otros se salven (cf. Sant 5, 16 ss). Si los cielos se derramaron desde lo alto y las nubes hicieron llover justicia, si la tierra se abrió y brotó el Salvador (cf. Is 45, 8), Dios quiso que precedieran a su venida los gritos y súplicas de los santos padres y, sobre todo, de aquella Virgen singular que persuadió a los cielos con la fragancia de sus virtudes y atrajo a su seno al Verbo increado. El Redentor vino y mediante la oración continua reconcilió al mundo con su Padre. Para que la oración de Jesucristo y los frutos de su redención se apliquen a alguna nación o pueblo, para que haya quienes los iluminen con la predicación del Evangelio y les administren los sacramentos, es indispensable que haya algunos o muchos que con gemidos y súplicas, con oraciones y sacrificios, hayan conquistado a ese pueblo y lo hayan reconciliado con Dios.

A esto, entre otros fines, tienden los sacrificios que ofrecemos en nuestros altares. La hostia santa que cada día presentamos en ellos al Padre, acompañada de nuestras súplicas, no sólo tiene por objeto renovar la memoria de la vida, pasión y muerte de Jesucristo, sino también obligar con ella al Dios de bondad para que se digne aplicar la redención de su hijo a la nación, provincia, ciudad, pueblo, o a aquel o aquellos pueblos por los que se celebra la santa Misa. Precisamente en ella se trata con el Padre la redención, es decir, la conversión de las naciones. Antes de que la redención se aplicara al mundo o, lo que es lo mismo, antes de que el estandarte de la cruz se levantara entre las naciones, el Padre dispuso que su Unigénito, hecho carne, se ocupara de él con «continuas súplicas, con grandes gritos y con lágrimas» (Hb 5, 7), con angustias de muerte y con el derramamiento de toda su sangre, especialmente en el altar de la cruz, que levantó en la cumbre del Calvario.

Para conceder su gracia también a los que no la piden, ni pueden pedirla, o no la quieren, Dios dispuso y ordenó: «Orad los unos por los otros, para que os salvéis» (Sant 5,16 ss). Si Dios concedió la gracia de la conversión a san Agustín, se debe a las lágrimas de santa Mónica; y la Iglesia no tendría a san Pablo, dice un santo padre, si no fuera por la oración de san Esteban. Y es digno de mención aquí que los apóstoles, enviados a predicar y enseñar a todas las naciones, reconocen que el fruto de su predicación era más bien efecto de la oración que de sus palabras, cuando al elegir a los siete diáconos para que se ocuparan de las obras externas de caridad dicen: «Nos dedicaremos continuamente a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch 6,4). Nótese bien: dicen que se dedicarán primero a la oración y sólo después al ministerio de la palabra, porque sin duda nunca fueron a convertir a un pueblo antes de haber obtenido su conversión en la oración.

Jesucristo pasó toda su vida en oración y sólo predicó tres años.

Del mismo modo que Dios no dispensa sus gracias a los hombres si no es a través de la oración, porque quiere que le reconozcamos como la fuente de la que procede todo bien, tampoco quiere salvarnos de los peligros, curar nuestras heridas o consolarnos en las aflicciones si no es a través de la misma oración.

Para saber más sobre la vida del Beato Francesco Palau, OCD ...

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