“En el Corazón de la Iglesia” (ms B 3v):
Horizonte Apostólico de Santa Teresa de Lisieux
Tercer encuentro de formación permanente de la Familia Carmelitana de Europa
20 de abril de 2024
Giampiero Molinari, O. Carm.
pdf Preguntas de reflexión (363 KB)
Mons. Combes, uno de los pioneros en el estudio sobre la doctrina de Teresa de Lisieux, ha definido la vocación de la santa como esencialmente apostólica y, más exactamente, como misionera[1]. En efecto, su espiritualidad decididamente cristocéntrica la conduce a la apertura hacia la Iglesia considerada como el cuerpo místico de Cristo y a anhelar la salvación de todos sus componentes. Es muy significativo lo que escribe al seminarista Bellière, su primo y “hermano espiritual”:
Ya lo sabe, una carmelita que no fuese apóstol se alejaría de la finalidad de su vocación y dejaría de ser hija de la Seráfica Santa Teresa, la cual deseaba dar mil veces la vida para salvar una sola alma (LT 198, del 21 de octubre de 1896)[2].
Por lo demás, creo que sería suficiente releer las célebres páginas del Manuscrito B donde la santa manifiesta toda la serie de vocaciones que percibe en lo hondo de su corazón (cf. Ms B 2v-3r)[3] para comprender del todo su ardor apostólico. En estas páginas Teresa es como un “río en crecida”:
Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre –escribe dirigiéndose a Jesús- […] una sola misión no me bastaría: quisiera anunciar a un mismo tiempo el evangelio en las cinco partes del mundo e incluso en las islas más lejanas… (Ms B 3r).
En esta reflexión intentaré, pues, indicar de manera sintética algunos momentos de la vida y experiencia espiritual de Teresa que la hicieron madurar y que contribuyeron a que la unión nupcial con el Maestro acabase en ansia evangelizadora. El Papa Francisco, en la Exhortación C’est la confiance, además de recordar su proclamación como patrona de las misiones, presenta a la carmelita de Lisieux con el interesante título de maestra de evangelización (cf.n.9) ofreciéndonos al mismo tiempo una buena clave de lectura:
Teresa […] no concebía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre hacia el hijo pecador y el del Buen Pastor hacia las ovejas perdidas, alejadas, heridas (n.9).
“Me sentía devorada por la sed de almas”:
la “Gracia de Navidad” del año 1886 y la experiencia de julio del año 1887
En el centro del Manuscrito A encontramos la narración de dos acontecimientos de la vida y experiencia espiritual de Teresa: la llamada “Gracia de Navidad” del año 1886 y la participación en el misterio de la Redención, vivida un domingo del mes de julio de 1887 (cf. Ms A 44v-46v). Ya hemos indicado que ésta fue una etapa central para la madurez de la santa, ya que marca el inicio de un proceso de liberación del infantilismo para crecer como mujer y como madre[4]. El teólogo Robert Cheib resume estas páginas tan fundamentales del Manuscrito A definiéndolas como «un paso pascual del repliegue sobre sí a la pro-existencia»[5], o sea, a donarse a los demás. Las palabras de Teresa al acabar la narración de la “Gracia de Navidad” no dejan al respecto lugar a dudas:
[Jesús] Hizo de mí un pescador de almas; sentí un deseo grande de trabajar para la conversión de los pecadores, un deseo que nunca había sentido tan vivamente. En una palabra, sentí que la caridad me entraba en el corazón (Ms A 45v).
Inmediatamente después de estas líneas, la santa continúa narrando la experiencia producida tras la mirada de fe dirigida a la estampa del Crucifijo que tenía en su misalito (cf. Ms A 45v-46v): quedó impresionada por la sangre que cae de una de sus manos y por el hecho de que nadie se apresurase a recogerla. Por eso –escribe-
decidí mantenerme a los pies de la Cruz para recibir el rocío Divino que brotaba, y comprendí que habría de esparcirla después sobre las almas… También el grito de Jesús desde la cruz me resonaba sin cesar en el corazón: «¡Tengo sed!». Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y vivísimo. Quería dar de beber a mi Amado y yo misma me sentía devorada por la sed de las almas (Ms A 45v. Grassetto mio. Las palabras en cursiva corresponden al subrayado efectuado por la misma Teresa)[6].
Como se sabe, teniendo como fondo este contexto, Teresa se lanzó a escribir la crónica de aquellos días narrando la conversión de Pranzini, que de ser un “gran criminal” pasó a ser su “primer hijo” (cf. Ms A 45v e 46v). En todo esto, la santa ve la confirmación de su propia vocación:
después de aquella gracia singular, mi deseo de salvar almas crecía cada día más. Me parecía oír a Jesús que me decía como a la samaritana: «¡Dame de beber!». Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía estas mismas almas refrescadas por su rocío Divino (Ms A 46v).
A mi parecer este conocido pasaje es central, ya que muestra la íntima unión entre el vínculo matrimonial y maternal del corazón de Teresa, entre la dimensión cristológica de su espiritualidad y el horizonte eclesial: la profunda comunión con Jesús en los misterios de la Encarnación y de la Pasión dilatan su corazón y lo abren hacia la Iglesia.
Esta dinámica será una constante durante toda la breve vida de Teresa. Me limito a algún ejemplo. En la oración que compuso para el día de la Profesión religiosa (8 de septiembre del 1890), alejándose de la opinión común de aquel tiempo según la cual se daba como segura la condenación de muchas almas, escribe:
Jesús, haz que yo salve muchas almas: que hoy no se condene ni una sola y que se salven todas las almas del purgatorio… Perdóname, Jesús, si digo cosas que no hay que decir: sólo deseo alegrarte y consolarte (Pr 2)[7].
En la carta del 26 de diciembre de 1896, dirigiéndose al seminarista Bellière, afirma:
Trabajemos juntos por las almas. Sólo tenemos un único día de esta vida para salvarlas y ofrecer así al Señor las pruebas de nuestro amor (LT 213).
Esta maternidad espiritual de Teresa se manifiesta de modo particular en la correspondencia con su hermana Celina y con los dos “hermanos misioneros”, donde alcanza el sentido de un deseo que no podrá extinguir ni siquiera la muerte. Escribe a Bellière:
le prometo que allí Arriba también estará su pequeña hermana. Nuestra unión, en vez de romperse, será entonces más íntima: ya no habrá clausura, no habrá ya rejas y mi alma podrá volar con usted a las misiones lejanas. Nuestras funciones seguirán siendo las mismas: para usted las armas apostólicas, para mí la oración y el amor (LT 220, del 24 de febrero del 1897. Grassetto mio)[8]..
Dice al Padre Roulland:
Ah, hermano mío, lo siento, le seré mucho más útil en el Cielo que en la tierra […] Espero no estar inactiva en el Cielo: mi deseo es trabajar aún entonces por la Iglesia y por las almas (LT 254, del 14 julio de 1897).
“Quiero ser hija de la Iglesia” (Ms C 33v):
la peregrinación a Roma del año 1887 y la oración por los sacerdotes
Como sabemos, el mes de diciembre de 1887 Teresa participó en una peregrinación a Roma con motivo del jubileo sacerdotal de León XIII. Esto constituirá para la santa una segunda etapa en su itinerario de madurez, que le procurará una ulterior dilatación del corazón. Así lo indica la expresión que eligió para introducir el relato: «En Italia entendí mi vocación» (Ms A 56r). En el Manuscrito A leemos:
Viví durante un mes con muchos santos sacerdotes y entendí que, si su sublime misión los eleva sobre los ángeles, esto no quita que sean hombres débiles y frágiles. Si los sacerdotes santos, que Jesús llama en su evangelio «la sal de la tierra» muestran en su comportamiento que tienen gran necesidad de oraciones, ¿qué decir de aquellos que son tibios? (Ms A 56r).
La conclusión a la que llega Teresa es obvia: la vocación del Carmelo es «conservar la sal destinada a las almas» (Ms A 56r), o sea, acompañar con la oración y con el ofrecimiento de la propia vida claustral a los presbíteros «mientras ellos evangelizan las almas con las palabras y sobre todo con el ejemplo» (Ms A 56r). En la conclusión de esta pensamiento aparece hasta qué punto siente Teresa esta vocación: «He de parar, si continuase hablando de este tema no acabaría nunca» (Ms A 56v).
En efecto, la oración por los sacerdotes será una constante en la vida de la santa, empezando por la respuesta dada en el escrutinio canónico que precedió a la profesión: «He venido para salvar almas y sobre todo para orar por los sacerdotes» (Ms A 69v). Este tema se repite con cierta frecuencia en la correspondencia con su hermana Celina[9] y también aparece en el último tramo de su vida. Así lo dice en las últimas páginas del Manuscrito C (redactado en el mes junio de 1897) al hablar de los dos “hermanos misioneros”:
con la gracia del Buen Dios, espero ser útil a más de dos misioneros, no podría olvidar rezar por todos, sin dejar de lado a los sacerdotes sencillos cuya misión tal vez es tan difícil de realizar como la de los apóstoles que predican a los infieles. En fin, quiero ser hija de la Iglesia (Ms C 33v).
En cuanto a estos dos misioner4os confiados a su solicitud espiritual, Teresa no se limita sólo a la oración, sino que los acompaña adoctrinándolos sobre la maternidad y la fraternidad, ejerciendo una especie de ministerio de la consolación al animarlos a avanzar por el surco del “caminito”. Pocos meses antes de su muerte escribe al seminarista Bellière:
[Jesús] permite que todavía pueda escribir para mirar de consolarlo y sin duda ésta no es la última vez. […] Cuando llegue al puerto le enseñaré, querido pequeño hermano de mi alma, cómo habrá de navegar en el tempestuoso mar del mundo con la confianza y el amor de un niño que sabe que su Padre lo ama tiernamente y no sabría dejarlo solo en la hora del peligro. Ah, como quisiera hacerle comprender la ternura del Corazón de Jesús {…], Se lo ruego, querido hermano mío, procure […] convencerse de que en vez de perderme me encontrará y que yo no lo abandonaré jamás (LT 258, del 18 de julio del 1897).
“Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes” (Ms C 34r):
el “testamento misionero” de Teresa
En las últimas páginas del Manuscrito C encontramos un pasaje que se revela de gran importancia para el tema sobre el que estamos reflexionando. Teresa comenta un versículo del Cantar de los Cantares, que obviamente lee en la versión de la Vulgata: “Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes” (Ct 1,4)[10], y descubre en este breve texto un medio para llevar a cabo su misión (cf. Ms C 33r). Esta es su reflexión:
Oh Jesús, entonces no es ni siquiera necesario decir: Al atraerme a mí, atrae a las almas que amo. Basta esta sencilla palabra «Atráeme». Lo entiendo, Señor, cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no podría correr sola, todas las almas que ama son arrastradas detrás de él; esto sucede sin obligarse, sin esfuerzo, es la consecuencia natural de su atracción hacia ti (Ms C 34r).
En la Exhortación C’est la confiance el Papa Francisco define esta página como una especie de “testamento misionero” que deja entrever un tema que le es muy querido: la evangelización por atracción, no por proselitismo (n. 10). En efecto, también en este pasaje aparece con facilidad el ligamen entre la dimensión cristológica y el horizonte eclesial que caracteriza la experiencia espiritual de Teresa: vivir con profundidad su vocación nupcial en el silencio de la soledad del Carmelo le permite experimentar una fecunda maternidad espiritual[11].
Mirándolo bien, la reflexión sobre este versículo del Cantar de los Cantares no es sino la cara apostólica del Ofrecimiento al Amor Misericordioso. De hecho, también en este caso habla la santa de zambullirse en el “océano sin orillas” del amor de Dios (Ms C 34r) y escoge el símbolo del fuego, signo del Espíritu Santo:
Siento que cuanto más inflame mi corazón el fuego del amor, cuanto más le diga Atráeme, tanto más las almas que se acercarán a mi […] correrán con rapidez detrás del aroma de los perfumes de su Amado (Ms C 36r).
Acaba la reflexión con una especie der “corolario”: «el alma inflamada de amor no puede permanecer inactiva» (Ms C 36r).
Para acabar:
Valor apostólico der la oración
Lógicamente, Teresa vive el amor por la Iglesia y por la misión en conformidad con su propia vocación claustral. Creo, sin embargo, que su testimonio recuerda a todos el valor apostólico de la oración y del ofrecimiento de la propia cruz. En la vida hay momentos en los que se puede permanecer sirviendo a la Iglesia estando en el monte como Moisés (cf. Es 17,8-13). La santa lo recuerda en una carta a Celina, poniendo en boca de Jesús su propia convicción:
Vosotros sois mi Moisés orando sobre el monte, pedidme operarios y yo los enviaré; no espero nada más que una oración, un suspiro de vuestro corazón. (LT 135, del 15 agosto 1892)[12].
Como discípula de San Juan de la Cruz, Teresa ha entendido perfectamente que se puede ser más útil a la Iglesia con algunos momentos de oración pura que con muchas actividades separadas de esta fuente[13]. La fuerza de la oración, efectivamente, está en ser dóciles a la acción transformante del Espíritu Santo, en «santificarnos, en hacernos luminosos, en encender en nosotros el fuego de la Caridad de Cristo, y esta es la raíz del dinamismo misionero de la Iglesia»[14].
[1] Cf. M. HerrÁiz, Apostolado, en Nuevo Diccionario de Santa Teresa de Lisieux, Editorial Monte Carmelo, Burgos 20032, 87.
[2] Cito los escritos de la santa sirviéndome de la siguiente edición: S. Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo, Opere complete. Scritti e Ultime Parole, LEV–OCD, Città del Vaticano-Roma 1997. Utilizo las abreviaciones habituales: Ms. A, B, C: Manoscritti autobiografici A, B, C; LT: Lettere; P: Poesie; Pr: Preghiere; QG: Quaderno Giallo di Madre Agnese (donde se recogen los llamados “Últimos Coloquios”, o frases de Teresa anotadas por la Madre Agnese en su libreta).
En la Poesía A Nuestra Señora de las Victorias Reina de las Vírgenes, de los Apóstoles y de los Mártires, compuesta unos meses antes, Teresa expresaba ya esta convicción: «Ayudando a salvar un alma / mil veces querría morir» (P 35, str. 4, del 16 de julio de 1896).
[3] Cf. R. J. S. Centelles, «En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el Amor». Jesús y la Iglesia como misterio de amor en Teresa de Lisieux, Editrice Pontificia Università Gregoriana, Roma 2003, 203-206.
[4] Cf. R. Cheib, L’ermeneutica agapica e nuziale della notte di Thérèse di Lisieux, en Teresianum 73 (2022/2), 539.
[5] Ibidem, 540.
[6] Durante el tiempo pasado en la enfermería Teresa volverá sobre la “Gracia del Crucifijo”. Estas son sus palabras, anotadas por la Madre Agnese en el Cuaderno Amarillo el 1 de agosto de 1897: «Oh! No quiero dejar que se pierda esta preciosa sangre. Pasaré mi vida recogiéndola para las almas» (QG 1.8.1. Grassetto mio).
[7] Deseo que ya mostró el día de su vestición: «Oh, yo no quiero que Jesús tenga la más pequeña pena el día de mi noviazgo: quisiera convertir a todos los pecadores de la tierra y salvar todas las almas del purgatorio (LT 74, del 6 de enero de 1889).
[8] Imitando a Santa Teresa de Jesús, la carmelita di Lisieux expresa el mismo deseo al Padre Roulland en su carta escrita un mes después: cf. LT 221, del 19 marzo 1897.
[9] Cf. Por ejemplo LT 94, del 14 de julio del 1889; LT 101, del 31de diciembre del 1889; LT 108, del 18 de julio del 1890; LT 122, del 14 de octubre del 1890.
[10] La actual traducción de CEI suena así: “Llévame contigo, corramos” (Ct 1,4).
[11] Cf. R. Cheib, L’ermeneutica agapica, 541.
[12] La santa retomará esta comparación en una carta al Padre Roulland: «Como Josué, usted combate en la llanura. Yo soy su pequeño Moisés y mi corazón está dirigido incesantemente hacia el Cielo para obtener la victoria» (LT 201, del 1 de noviembre del 1896).
[13] Cf. R. Fornara, Pregare. L’amicizia che trasforma. Introduzione pratica con la guida di santa Teresa di Gesù, Edizioni OCD, Roma 2023, 181. San Juan de la Cruz afronta este tema en el Cántico espiritual 29,2-3, dejando ver la importancia eclesial del amor contemplativo.
[14] R. Fornara, Pregare. L’amicizia che trasforma, 182.