¿Quién soy?
(Marcos 8,27-35)
Todos, al menos en cierta medida, conformamos nuestra identidad y nos medimos en respuesta a los comentarios e ideas de los demás. Desde pequeños nos enseñan a hablar, vestir y actuar para ser ‘aceptables’ para los demás. Por lo general, esto es
algo bueno, pero a veces puede ser terriblemente malo.
Los famosos, las estrellas del deporte y los jóvenes pueden llegar a ser tan vulnerables a las expectativas y reacciones del público, de los medios de comunicación y de los trolls de las redes sociales que acaban teniendo poca identidad propia, o desarrollan una idea muy distorsionada de su identidad.
Desgraciadamente, ambas experiencias tienen importantes repercusiones negativas en el bienestar mental de la persona.
El Evangelio de este domingo nos enseña a encontrar nuestra verdadera identidad. Tanto la ‘gente’ como Pedro tienen ideas acerca quién es Jesús. Para la gente, es Juan el Bautista, Elías o uno de los profetas que volvieron de la muerte. Para Pedro, Jesús es el Cristo, el Mesías. Pero lo que sucede a continuación revela que Pedro y Jesús tienen ideas muy diferentes sobres quién es este Mesías.
Aunque Pedro entiende correctamente que Jesús es el Mesías, no entiende el tipo de Mesías que es Jesús. Quizá quería un Mesías que fuera un gran rey guerrero, poderoso y glorioso. No puede imaginar que su Mesías tendría el tipo de final del que habla Jesús.
Jesús llama a Pedro ‘Satanás’. Para que Pedro aprenda la verdadera identidad de Jesús y llegue a pensar con el corazón de Dios, debe 'ponerse detrás' (seguir a) de Jesús.
Los seguidores están llamados a renunciar a su falsa identidad (a menudo definida por lo que tenemos, por lo que trabajamos, por nuestras ilusiones) y a encontrar su verdadera identidad como hijo o hija amada de Dios a través de una vida derramada en el servicio amoroso a los demás (tomando su cruz).
A menudo pienso que los padres son los grandes ejemplos de lo que significa todo esto. Constantemente tienen que ir más allá de sí mismos, de sus propias necesidades, esperanzas y deseos, y sacrificar su tiempo, energía y dinero para cuidar de sus hijos con amor. Al hacerlo, a menudo descubren lo mejor de sí mismos.
En el Evangelio, Jesús, el verdadero Mesías, no aparece como un glorioso Dios-Rey, sino como el Siervo sufriente de Dios del que habla Isaías en la primera lectura. El camino del discipulado no consiste en la gloria propia, sino en el verdadero servicio, y en descubrir nuestra verdadera identidad como hijos e hijas amados de Dios.
Como discípulos de Jesús intentamos vivir nuestra vida como un verdadero servicio a nuestros hermanos y hermanas en el mundo. Pero no es posible hacerlo hasta que, y a menos que, nos demos cuenta de nuestra verdadera identidad y llamada como pueblo de Dios.
Entonces nos convertimos en una fuente de amor, misericordia, esperanza, compasión, justicia, verdad, preocupación y acción cristiana como servidores de Dios y de los demás. Eso es HACER el Evangelio.
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