La verdadera fe: ver lo sagrado en todas partes
(Marcos 6:1-6)
Tradicionalmente, los profetas de la Biblia lo pasaron bastante mal. Muchos experimentaron el rechazo y la persecución, incluso la muerte. La primera lectura narra una parte de la historia de la llamada a ser profeta de Ezequiel. Una de las características que tienen en común los profetas es la convicción que la Palabra del Señor tiene que ser pronunciada a la gente "tanto si la escuchan como si no": el profeta debe permanecer fiel a su vocación, aunque le cueste la vida.
En los Evangelios, Jesús es presentado como el profeta por excelencia . En el Evangelio de este domingo encontramos a Jesús en su ciudad natal, Nazaret, enseñando en la sinagoga, cumpliendo fielmente su misión de anunciar la Buena Nueva.
Como a muchos otros profetas, esa proclamación acabará costándole la vida.
Como los demás profetas, Jesús también experimenta el rechazo. Al principio, la gente se maravilla de las enseñanzas de Jesús y de los milagros que ha realizado en otros lugares, pero pronto deciden que sólo es "un carpintero (artesano)" cuya familia conocen bien. Piensan que no hay nada especial que ver aquí. El viejo dicho que dice: “familiaridad genera desprecio ” parece resumir la actitud de la gente, especialmente cuando se refieren a Jesús como el hijo de su madre, ya que los judíos solían ser conocidos por el nombre de su padre, aunque éste hubiera muerto. Jesús se asombra por su falta de fe.
La fe, en este contexto, implica la apertura para percibir la presencia y la acción de Dios (el Reino). Está claro que la gente no percibe la acción de Dios en Jesús, a pesar de las impresionantes palabras que pronunció y de los milagros que realizó. ¿Acaso las circunstancias familiares de Jesús eran demasiado ordinarias para ellos? No podían mirar más allá de lo que les era familiar para ver a Dios actuando en él. Sin esa apertura esencial, Jesús constata que no puede hacer ningún gran milagro entre ellos, aunque pueda curar a algunos enfermos.
Uno de los elementos fundamentales de la fe permanecer en relacione con Jesús (y, por tanto, con Dios). Las relaciones crecen en la medida que las personas llegan a conocerse y entenderse. En una
relación de fe, cambiamos cuando empezamos a conocer a Jesús y llegamos a ver con sus ojos, sentir con su corazón y actuar con su intención en el mundo.
Sólo cuando empezamos a ver con los ojos de Jesús podemos percibir la presencia de Dios, de otro modo "oculta", en los seres humanos y en los acontecimientos. Empezamos a ver lo sagrado escondido en lo secular y lo ordinario.
Sólo con la fe podemos ver la acción de Dios envuelta en lo ordinario y familiar, la presencia de lo divino en lo humano, lo sagrado en lo secular. Así, para nosotros, la división entre lo sagrado y lo secular casi desaparece y casi todo parece "sagrado", y no sólo "meramente" humano o secular.
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