Ser curación y vida para el otro
(Marcos 5,21-24,35-43)
En la versión más larga del evangelio de este domingo (Mc 5, 21-43), Marcos presenta dos historias de curación y restauración realizadas por Jesús a dos mujeres. Una es una mujer madura que sufre una hemorragia desde hace tiempo, y la otra es una joven que acababa de morir.
Durante los últimos domingos, Marcos nos ha mostrado “el reino de la gracia de Dios” (el Reino de Dios) en la persona de Jesús. En la tempestad calmada Marcos ha insistido en que es necesario tener fe en Jesús para entrar en el Reino.
La fe consiste en entrar en relación con Jesús. No es obra de la mente, sino del corazón.
Con una honestidad nacida de la desesperación, Jairo y la mujer buscan a Jesús y comienzan su relación con él. Jesús responde a ambos y el diálogo entre ellos crece. Ni siquiera la muerte es un obstáculo para la bondad de Dios. Jesús es la curación de Dios para la propia muerte (el camino hacia la vida eterna).
En este pasaje, Marcos está sugiriendo que la manera de encontrar la curación y la vida que necesitamos es entrar en una relación fiel con Jesús. En esa relación (como en todas las demás de valor) la conversación no es unidireccional: es un diálogo amoroso entre dos corazones.
La fe en Jesús trae consigo la curación y la restauración de nosotros como hijos e hijas amados de Dios. Se nos devuelve el lugar que nos corresponde en el reino de Dios. Dos mujeres que antes eran consideradas impuras a causa de la sangre y la muerte, ahora son sanadas y devueltas al lugar que les corresponde en sus familias, comunidades y practicas religiosas.
Otra razón por la que Marcos cuenta esta historia es por el problema entre los conversos judíos y los gentiles en su comunidad. Algunos cristianos judíos que seguían aferrados a las ideas sobre lo que hacía a las personas limpias o impuras a los ojos de Dios, no podían soportar adorar junto a los paganos a los que eran considerados impuros. Esta historia les mostró que Jesús no le preocupaba que las mujeres fueran ritualmente impuras y que la bondad de Dios estaba destinada a todos.
A través de la curación y la vida que recibimos en nuestra relación con Jesús podemos convertirnos en una fuente de curación y vida para los que nos rodean.
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