Dios encarnado en medio de nosotros
(Mateo 28:16-20)
Una rápida mirada a las lecturas de hoy muestra claramente que la fiesta de la Santísima Trinidad es una celebración del amor de Dios por la humanidad.
Es un día para reflexionar sobre quién es Dios y no para tratar de entender el motivo por el cuál es tres personas y un solo Dios. Hoy, el enfoque de la Iglesia está en la experiencia, no en la teología.
En términos intelectuales, Dios sigue siendo un misterio. Pero, para las personas de fe, Dios no es conocido con la mente, sino con el corazón. En esto consiste, la espiritualidad y la mística: vivir nuestra experiencia de Dios.
En la primera lectura, Dios es proclamado como un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia. Un Dios que camina con su pueblo.
Las palabras de Pablo, en la segunda lectura, nacen de su creencia que, habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, los cristianos siempre deben actuar a imagen y semejanza de Dios.
Por medio de nuestra liturgia pública, la oración personal y la contemplación llegamos a experimentar - a saber y sentir en nuestros corazones, que Dios nos ama, nos acoge, nos perdona y nos invita constantemente a experimentar más profundamente su amor.
Cuando dejamos que el corazón de Dios nos hable con amor en nuestro corazón, comenzamos a asumir en nuestra vida su propia vida. Estamos siendo transformados, nuestros valores y actitudes, nuestra forma de mirar y estar en el mundo comienzan a cambiar. Comenzamos a mirar con los ojos de Dios y sentir con el corazón de Dios.
Nos apasionan las cosas que le apasionan a Dios: hablar con sinceridad, actuar con justicia e integridad, velar por los demás y especialmente por los vulnerables, promover la paz y la comprensión, poner fin a la competencia y la discriminación, respetar la vida.
Esto nos hace ser mejores personas, nuestras vidas se convierten en una bendición para nosotros y para el mundo.
Eso es lo que significa vivir el gran regalo que Dios nos ha dado, el Espíritu de Jesucristo que ha sido derramado en nuestros corazones. Dios se encarna en nosotros y nosotros nos convertimos en administradores de la gracia y la vida de Dios.
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