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Miércoles, 31 Enero 2024 16:57

B. Candelaria de San José, Virgen

1 de febrero Memoria libre en América Latina

Nacida en Altagracia de Orituco el 11 de agosto de 1863, Susana Paz-Castillo Ramírez, su nombre de Bautismo, acogió con entusiasmo la llamada de Dios a la santidad, y desde muy joven descolló en la práctica de la caridad viva y efectiva, con la cual atendió, consoló y curó a los enfermos y heridos que las contiendas bélicas habían dejado en las calles de su ciudad natal.

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Homilía en la Misa de Beatificación de la Beata Candelaria
Cardinal José Saraiva Martins

Caracas, Venezuela
Domingo – 27 de abril de 2008

1. Escuchando las palabras de Jesús en el evangelio recién proclamado, vienen a la mente las estupendas reflexiones de san Agustín, cuando afirma que, si desgraciadamente por culpa de un incendio fueran destruidos los cuatro evangelios y se salvasen sólo las palabras:  "Dios es amor", la sustancia habría quedado intacta. ¿En qué religión el amor es todo, como en el cristianismo? La fe cristiana es un acto de amor como bien nos lo ha recordado Benedicto XVI en su primera encíclica. El exordio del pasaje evangélico de hoy es emblemático:  «Jesús dice a sus discípulos:  "Si me amáis, observaréis mis mandamientos"». En ese "si me amáis" está la síntesis del cristianismo. 

Quien ama hace todo por amor, aun las cosas imposibles, sin que le pesen, porque observa la ley interior, más exigente que cualquier disciplina externa. Y porque el lenguaje del amor no son las palabras sino la unión de aquel que ama con la persona amada, en los siete versículos del evangelio de este domingo Jesús habla siete veces de unión. En efecto, ser-en:  expresa el verbo fascinante de la unión suprema y total:  los discípulos están "en" Cristo y Cristo "está en" el Padre. 

2. La liturgia de la Iglesia, con sabia pedagogía nos está preparando para la gran solemnidad de Pentecostés. La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta al Espíritu Santo, recibido por la imposición de las manos de los Apóstoles. También el Evangelio, sobre el cual estamos meditando, habla del Espíritu Santo que los discípulos recibirán como Paráclito:  que en griego significa a veces Consolador, otras veces Defensor, o ambas cosas. San Juan insiste en su evangelio sobre el título de Paráclito, ya que históricamente la Iglesia, después de la Pascua, tuvo una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado en las dificultades internas y externas, en las persecuciones y en la vida de cada día. En los primeros siglos, cuando la Iglesia es perseguida, tiene la experiencia cotidiana de procesos y condenas; es entonces cuando ve en el Consolador al abogado y al defensor divino contra sus acusadores humanos. El Consolador, es experimentado como aquel que asiste a los mártires y que ante los jueces, en los tribunales, pone en sus labios la palabra que nadie es capaz de rebatir. Pasada la era de las persecuciones, el acento se traslada y el significado predominante es el de consolador en las tribulaciones y angustias de la vida. 

Al contemplar al Paráclito sentimos la fuerza de honrar e invocar al Espíritu Santo, y ser nosotros mismos otros "paráclitos", "consoladores", en el pleno sentido de la palabra, según la medida divina. Si es verdad que el cristiano tiene que ser alter Christus, otro Cristo, también es verdad que tiene que ser alter Paraclitus, otro consolador. 

3. Ser consoladores, paráclitos, es una cualidad que en general han tenido todos los santos:  como el buen Samaritano, se han ocupado de aliviar las heridas de tantos hermanos y hermanas, con el bálsamo de la misericordia y el aceite de la esperanza cristiana. Con el alma llena de alegría hoy, contemplando la vida y el ejemplo de la nueva beata venezolana, y su carisma que se transmite en su obra, a través de sus hijas, las Hermanas Carmelitas de la tercera orden carmelita en Venezuela, observamos que sobresale como una característica dominante un verdadero "arte de consolar". En su sencillez, la madre Candelaria vivió y nos propone, con toda su actualidad, una verdadera teología del consuelo. Así se explican los hechos de su vida cotidiana que, aunque con una simple palabra o un gesto, vividos siempre con su constante y ardiente oración y una fe viva y profunda, fue capaz de acercarse a tantos enfermos. Ciertamente era Dios quien "consolaba" por medio de ella. 

Llama la atención, en los testimonios recogidos para su causa de beatificación, cómo en la beata el amor a Dios estuvo íntimamente unido con el amor al prójimo. En efecto, desde muy joven se dedicó al servicio de los demás, en el cuidado de los enfermos o en la catequesis de jóvenes y adultos, con su maternal atención a las hermanas de su congregación. Una vida consumida pasando horas y horas junto al lecho de los enfermos, hasta padecer hambre para poder dar de comer a los enfermos de un hospital y hacer duros viajes para buscar dinero para los hospitales. 

Y así un año y otro año, siempre —y quizá sea esta una de las características más atractivas de la beata Candelaria— con una gran sencillez, sin dramas, siempre serena y dispuesta a escuchar, sin lamentarse jamás de las personas que le hacían difícil la vida del servicio cristiano. Una caridad que alcanzaba el heroísmo:  como quedar sin cama donde dormir, por haberla dado a un enfermo; preferir atender a los enfermos más contagiosos o a las personas enemigas de la fe; asistir con maternal dulzura a las mujeres extraviadas que eran hospitalizadas. Su entrega total al prójimo era tal que incluso los médicos más incrédulos quedaban maravillados de la generosa entrega de esta pequeña y sencilla hermana. 

4. La beata que hoy veneramos testimonia, con su entera vida, que el amor sobrenatural es la base de la existencia, que sólo el amor puede cambiar la vida del ser humano según sus exigencias más profundas y que el amor consiste en la entrega de sí mismo, superando las resistencias y los individualismos para realizar la voluntad divina. 

La presente beatificación, manifestando este aspecto de la espiritualidad de la beata Candelaria, nos invita a ser también nosotros, con docilidad al Espíritu Santo, dispensadores de la "consolación" de Dios. 

La beata Candelaria nos acompaña e invita a ocuparnos de los enfermos terminales, de los enfermos de sida, a preocuparnos por aliviar la soledad de los ancianos y las dificultades de tantas formas diversas de pobreza, a dedicar el tiempo necesario a visitar a los enfermos en los hospitales. Y ¿cómo no pensar en quienes se dedican a socorrer a los niños, víctimas de atropellos y abusos de toda clase? También se han de defender los derechos de las minorías amenazadas, como algunas poblaciones indígenas de América Latina, y ser la voz de quien no la tiene. 

Pero su testimonio, el que más me interesa que llegue a cada uno de nosotros y a cuantos en el futuro encuentren la elocuente lección de la beata Candelaria, además de los valores morales, que son grandes, es lo que está en su origen. Me refiero a la presencia viva y operante de Cristo resucitado en ella, que se manifiesta palpable en su caridad sin límites. En este sentido, la beata que hoy ha sido elevada al honor de los altares pertenece a esa multitud de cristianos y cristianas que manifiestan y muestran con fuerza la presencia de Cristo en el hombre y la mujer de hoy, peregrinos, que a veces olvidándose de la meta, caminan sin orientación. 

En el evangelio de hoy Jesús dice a los Apóstoles que pedirá al Padre que les envíe el Espíritu Consolador, para que siempre permanezca con ellos. Y este "permanecer" del Espíritu en nuestro corazón "nos transforma en Cristo", haciéndonos en el mundo, y en la historia, es decir en la sociedad de hoy —en el ambiente concreto en el que vivimos— su presencia viva y testimonio creíble. Esto sucedió en la madre Candelaria y puede suceder en nosotros. El Espíritu forma en nosotros a Cristo y nos hace sus imitadores en nuestro tiempo y durante toda nuestra vida, nos lo recuerda el Santo Padre:  "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est1). 

La santidad de vida de esta flor de Venezuela, que es la madre Candelaria, uno de los frutos eminentes de la historia del catolicismo en Latinoamérica, nos afirme en la experiencia tan bien descrita por Benedicto XVI al principio de su pontificado:  "Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada hay más bello que conocerlo y comunicar a los otros la amistad con él" (Homilía, domingo 24 de abril de 2005:  L'Osservatore  Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 7). Por tanto, mientras nos alegramos por la beatificación de la madre Candelaria, y damos por ello gracias a Dios, dejémonos sorprender por el Evangelio y hagamos de Cristo la razón de nuestra vida.

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