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Miércoles, 10 Agosto 2022 13:31

Celebrando en Familia - 20 Domingo del Tiempo Ordinario

La angustia del Profeta
(Lucas 12:49-53)

A veces podemos sentirnos abrumados por la vida. Los sentimientos de miedo, incertidumbre y ansiedad burbujean bajo la superficie. A veces, esos sentimientos llegan a la superficie en una explosión de palabras y acciones.

En este pasaje del Evangelio nos encontramos con la sorprendente imagen de Jesús angustiado por su misión y por lo que le espera. Su afirmación de que él, el Príncipe de la Paz, no ha venido a traer la paz, sino la división, la confrontación.

Justo al principio de este pasaje, Jesús dice que ha venido a traer fuego a la tierra y desea que ya esté ardiendo. El ‘fuego’ del que habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo; el fuego que derrite todo lo que no es de Dios. Pero el Espíritu Santo no se dará hasta después de que Jesús haya afrontado y soportado su destino (pasión y muerte) en Jerusalén. Tal vez nosotros, que ahora vivimos con la presencia del Espíritu, tengamos que preguntarnos: ‘¿Qué es lo que todavía tiene que fundirse para que solo quede en nosotros la presencia real de Dios, purificada de codicia, ambición, egoísmo, etc.?’ También podríamos preguntarnos: ‘¿Dónde está la pasión de Dios en mi vida?’

Jesús también habla de un «bautismo» que aún debe recibir. No se refiere al sacramento del bautismo. El ‘bautismo’ era una palabra bíblica utilizada para describir acontecimientos turbulentos y potencialmente abrumadores que, como un mar agitado, amenazan con engullirnos. Una vez más, se trata de una referencia a su sufrimiento y muerte próximos. Jesús está angustiado y desea claramente que todo haya terminado ya.

Siguiendo con el Evangelio del domingo pasado, el discípulo está llamado no solo a estar preparado y permanecer fiel a su empleo (llamada), sino también a mantenerse firme frente a la oposición. La paz no debe ganarse a cualquier precio (por ejemplo, comprometiendo la palabra de Dios).

Los cristianos nunca deben esperar que el discipulado les facilite la vida. Lejos de librarnos de las dificultades de la vida, nuestro discipulado tiende más bien a sumergirnos en las cuestiones difíciles y conflictivas que nos afectan a nosotros y a los que nos rodean. Habrá división y discordia a causa de la Palabra que se predica y de los valores que sostenemos, a veces incluso entre los más cercanos a nosotros.

Compartir el bautismo de Jesús es compartir con él su pasión y resurrección. Conlleva responsabilidades importantes (permanecer fieles a la palabra de Dios) y a veces significa que somos incomprendidos o incluso castigados por cumplir con esas responsabilidades.

Seguir a Jesús es hablar de la palabra de Dios, en lo que decimos y en nuestras acciones.

 

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