Como profesor universitario con especialidad en filosofía, Tito Brandsma habría sido muy consciente de las ideas y propaganda que circulaban en la vecina Alemania durante la década de 1930. El partido nazi promovió un amplio espectro de principios básicos que consagraban el poder y la violencia en bruto, especialmente a expensas de los débiles. La celebración del “superhombre” de Friederich Nietzsche glorificaba la explotación violenta de los demás como el único camino a la supervivencia y el éxito. Uno solo puede llegar a la cima de una lucha pisoteando a las personas inferiores que se encuentran por debajo. En dicha mentalidad, el cristianismo fue ridiculizado por su cuidado y atención a los pobres, enfermos, ancianos y discapacitados. En los Países Bajos, de donde era Brandsma, el partido nazi holandés (NSB) fue un reflejo de estos puntos de vista tóxicos, aunque de una forma algo más moderada que antes de que estallara la guerra.
En diciembre de 1935, siguiendo las duras leyes antijudías de Nuremberg, Tito contribuyó con un ensayo en una obra colectiva de intelectuales holandeses. Su contribución, El Engaño de la Debilidad, sugería que la raíz de la discriminación era la envidia. El mito nazi del Superhombre nació de un sentimiento imaginado de inferioridad debido al éxito y los logros dentro de la comunidad judía alemana. Propuso en su lugar que quien se sintiera incómodo con las contribuciones judías debería ver a estos como una motivación para crear su propio éxito sin ningún rencor.
Los escritores nazis, sin perder el tiempo, catalogaron a Tito como un profesor astuto, amante de judíos e incluso comunista.
Aunque Tito no respondió ni contraatacó a sus acusadores, continuó impartiendo conferencias cuidadosamente elaboradas criticando la ideología nazi. Le fue suficiente hablar con la verdad y que esta fuera aceptada por oyentes serios. Tito habló frecuentemente sobre la distorsión nazi sobre la raza ariana, el Volk (Pueblo), como sustituto de Dios.
Cualquier tipo de actividad criminal podía ser justificada si tenía sus raíces en el progreso de la perfecta pureza racial, con Adolfo Hitler como su profeta.
El 16 de julio de 1939, Tito pronunció un sermón honrando a los santos Bonifacio y Willibrodo, en donde señaló que el antiguo paganismo basado en fuerzas poderosas no era tan serio como el neo paganismo de los nazis. Pretendiendo que aplastar a los enemigos era una forma de alta civilización no tenía nada que ver con la cultura nórdica ni con los siglos de tradición y espiritualidad cristiana. El valor del ser humano era supremo a los ojos de Dios. “Mirad cómo se aman estos cristianos.”
A cada paso de su proclamación de la verdad, Tito fue registrado por meticulosos agentes del Servicio de Seguridad de las SS de Hitler. Incluso antes del estallido de la guerra o de la invasión a los Países Bajos, Tito fue bien conocido por los agentes que añadían sus informes a un extenso expediente de su actividad. Tito dijo a sus amigos que había dos jóvenes que asistían a sus clases a la universidad, pero que no eran alumnos que estuvieran inscritos. Tomaban notas detalladas de cualquier cosa que decía, más nunca hacían preguntas ni hicieron exámenes.
Después de que Holanda fuera invadida en mayo de 1940, los administradores nazis se hicieron cargo del gobierno civil y lentamente moldearon los detalles de la vida holandesa para que reflejara la ideología nazi.
Los puntos de conflicto entre Tito y las fuerzas de ocupación quedaron claros. Mientras la NSB trabajaba para reforzar su control en la vida ordinaria, Tito trazó planes para proteger a los estudiantes judíos, mantener la libertad de las escuelas católicas y fortalecer la prensa católica.
Fue un trabajo agotador en nombre de los obispos por defender a los periodistas católicos lo que finalmente lo pusieron en conflicto con los nazis. Su negativa férrea a permitir que las “noticias falsas” contaminaran la integridad de los periódicos católicos marcó un punto sin retorno. Su destino ya había sido decidido en Berlín. Tito era demasiado inteligente y metódico como para convencerlo de que aceptara la propaganda. Era demasiado valiente y terco como para ser movido por las amenazas y la intimidación. Nada quedó para las autoridades excepto su arresto y finalmente la muerte. Y así fue.
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