Cuando la Gestapo arrestó a Tito Brandsma el 19 de enero de 1942, lo encerraron en una celda solitaria.
Como muchos otros holandeses, fue llevado a la prisión “Hotel Orange” en Scheveningen, llamada así por la Casa Real de Orange y el gobierno de la reina en exilio. Muchos compañeros prisioneros estaban ya sin esperanza porque sus vidas normales habían terminado, pero para Tito tan solo era el comienzo.
Fray Tito Brandsma había pasado su vida en completa fidelidad a la Regla Carmelita. Un elemento esencial de la Regla estipula que el individuo debe “quedarse en su propia celda, o cerca de ella, pensando en la ley de Dios, día y noche, y orar, al menos que estuviera haciendo otro deber”.
Tito siempre fue un modelo de alegría y de frecuente oración en su comunidad. No importaba lo ocupado que estuviera, él se esforzaba por estar presente en todas las oraciones y actividades comunitarias. ¡Pero su “otro trabajo” era fascinante! Además de las actividades universitarias, trabajó por la unificación de las Iglesias Orientales, y organizó un congreso mariano y uno sobre el misticismo holandés medieval.
Contribuyó con actividades en honor a San Bonifacio y a los santos frisios. Dio una serie de talleres en Irlanda, Canadá, y Estados Unidos en 1935. Sus talleres fueron publicados bajo el título Misticismo Carmelita: bosquejos historiales. Por encargo de los obispos holandeses, Tito Brandsma fue también director espiritual de las Escuelas Católicas y delegado de los reporteros católicos.
Las siete semanas que Tito estuvo en Scheveningen fueron tranquilas en comparación a otras prisiones.
Scheveningen era una instalación civil que había sido tomada por la SS, y fue la casa de Tito durante su interrogación por el Sargento Mayor Paul Hardegen de la SS. Fue una estadía rígida, pero no tan cruel, como lo
serían después ese mismo año, los campos de concentración. Le era permitido tener libros, materiales para escribir, y tabaco. Las comidas eran sencillas, sin embargo, saludables. Le era permitido vestir sus propias vestimentas. Se veía tan “ordinaria” la prisión que Tito nunca dejó la idea de ser liberado en cualquier momento.
Fue entonces que Tito se puso a trabajar para convertir su celda de prisión en una celda monástica.
Toda su ocupación y actividad en el servicio de la Iglesia y del Estado había llegado muy alto muy rápidamente. Ahora no había nada en lo que tuviera que apurarse para hacer; no había ningún lugar a donde ir. Entonces, con su optimismo de costumbre, Tito decidió abrazar el lado espiritual de la vida Carmelita para dar tiempo a una reflexión para la cual había estado “muy ocupado”.
Elaboró un altar sencillo, usando hojas de su breviario.
Puso alrededor estampas del Sagrado Corazón, Santa Teresa, y San Juan de la Cruz. En su breviario puso una imagen hermosa de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Se mantuvo consciente de las actividades de sus hermanos Carmelitas a toda hora, y trató de seguir las mismas actividades que ellos. Coordinó que sus rezos de la Liturgia y devociones siguieran los de su comunidad. Los horarios de comida y descanso no estaban bajo su control, pero al menos, pudo organizar los horarios para rezar, meditar, hacer ejercicio, estudiar, escribir, relajarse, y limpiar su celda. Incluso hizo un trabajo biográfico sobre Santa Teresa de Ávila.
Con todo esto ocurriendo, Tito escribió: “Bendita Soledad, ya me siento muy en casa en esta pequeña celda. No me he aburrido aquí. Al contrario, ciertamente estoy solo, pero nunca había estado el Señor tan cerca de mí. Puedo gritar de alegría porque Él me ha permitido encontrarlo completamente de nuevo, sin tener que ver gente, o que la gente me vea a mí. Ahora Él es mi único refugio, y me siento seguro y contento. Podría quedarme aquí para siempre, si Él lo dispusiera. Rara vez había estado tan contento y satisfecho”.
En sus próximas prisiones las circunstancias no fueron tan placenteras, pero sus días en Scheveningen fueron una bendición de Dios, como preparación espiritual para lo que se venía.
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