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Martes, 13 Julio 2021 16:00

Carta por la Fiesta de la Virgen del Carmen 2021

¡Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!
Sal 122, 2

Carta a la Familia Carmelita con motivo de la Solemnidad de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo – 2021

Queridas Hermanas y Hermanos de la Familia Carmelita:

Es mi deseo especial este año dirigir vuestra atención al vínculo que tienen los carmelitas con la tierra donde Jesús nació y vivió y la tierra en la que se funda la Orden Carmelita y su Tradición. Es la tierra que seguimos honrando en nuestra devoción a María, a la que veneramos como Nuestra Señora del Monte Carmelo, la Señora del Lugar. Es la tierra que peregrinos y cruzados ansiaron visitar y proteger. Es la tierra que hoy grita para que cesen las hostilidades y se cumpla un sueño de paz para las muchas naciones y gentes que están representadas en sus poblaciones.

El lugar donde fuimos fundados
Nuestra tradición mariana hunde sus raíces en la dedicación a María del primer oratorio construido por los eremitas en medio de sus celdas, cerca de la fuente de Elías, en uno de los tranquilos valles del Monte Carmelo. Esto significaba que ellos la reconocían como Madre de su Señor, como la Señora del Lugar. Tanto el oratorio como la fuente, en el monte de Tierra Santa, siguen recordándonos que nuestros antepasados eligieron vivir en obsequio de Jesucristo, bajo la mirada tierna de María y en la imitación de Ella y del profeta Elías, cuya solemnidad también celebramos en julio.

Nuestros antepasados se contaban entre los muchos peregrinos medievales que acudían a Tierra Santa. Como otros peregrinos, optaron por quedarse allí y trataron de formar una comunidad eremítica en las laderas del Monte Carmelo. Juntos llevaban una vida de penitencia, es decir, de conversión continua, para poder «vivir en obsequio de Jesucristo y servirle con corazón puro y recta conciencia» (Regla, 2). La idea de obsequio, tal como se concebía y vivía en la Edad Media, significaba que estos eremitas-hermanos del Carmelo establecerían un vínculo vivo con Tierra Santa, que entonces se consideraba el auténtico patrimonio y reino de su Señor. Ellos se comprometieron a permanecer en esta tierra, en su eremitorio, ocupados en una batalla spiritual (Regla, 18-19) al servicio de su Señor.

Del Monte Carmelo al resto del mundo
Este compromiso se puso en entredicho cuando, hacia 1230, la situación política de Tierra Santa se volvió más precaria y algunos eremitas del Carmelo, temiendo la persecución, desearon abandonar Tierra Santa y volver a sus países europeos de origen y hacer fundaciones en ellos. No era una cuestión trivial. Felipe Ribot, en su obra Diez libros sobre el modo de vida y las grandes gestas de los carmelitas, comúnmente conocida como Institución de los primeros monjes, desde el título de sus siete primeros libros nos dibuja un cuadro vivo de un capítulo de comunidad en el Monte Carmelo, en el que los hermanos dialogaron sobre si podían «dejar Tierra Santa o construir casas de la Orden fuera de ella». Era un tema tan importante, que se reunieron para discernir en oración la voluntad de Dios para ellos, buscando luz en la Sagrada Escritura. Como si esto no era suficiente, la historia narra que solo después de ser «advertidos por Cristo y la bienaventurada Virgen María, su madre, en sueños», el prior dio «permiso a algunos hermanos para dejar Tierra Santa y volver a sus países y construir monasterios de su Orden en ellos» (Libro 9, capítulo 3).

Sea histórico o no, este relato muestra cómo los carmelitas medievales concebían su relación con Tierra Santa, la cual no era simplemente su cuna, que podían abandonar cuando crecieran, sino que, mediante un voto, se obligaban a permanecer allí. Así fue como los hermanos empezaron a salir de Tierra Santa y establecerse primeramente en Chipre y luego en varias partes de Europa. Por último, en 1291, toda Tierra Santa cayó en manos musulmanas, y el monasterio primigenio del Monte Carmelo, junto con otras dos fundaciones en Tierra Santa, en Acre y Tiro, fue destruido.

Así pues, los carmelitas fueron arrancados del Monte Carmelo y de Tierra Santa. Pero para entonces ya habían hecho numerosas fundaciones en toda Europa. Dondequiera que fueron, llevaron consigo la memoria del Monte Carmelo y de Tierra Santa y abrigaron la esperanza de volver algún día. El Monte Carmelo les dio su nombre y fue su principal símbolo espiritual. La peregrinación a Tierra Santa emprendida por sus antepasados ahora era una parábola de su viaje espiritual. Llevándose consigo el Rito del Santo Sepulcro, conservaron la nostalgia de Tierra Santa. Durante muchos siglos, y hasta la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, el Rito Jerosolimitano era el vínculo vivo de la Orden con Tierra Santa. Otra forma de mantener viva su relación con la tierra del Señor fue la conservación de una Provincia de Tierra Santa en Chipre, e incluso cuando se perdieron las fundaciones de esa isla, el título de Provincial de Tierra Santa, aunque era solo nominal, continuó otorgándosele durante varios siglos a un fraile, al cual le daba derecho a tomar parte en el Capítulo General. Algunas de las primeras fundaciones de la Orden, incluso hoy, incluyen la cruz latina de Jerusalén en el escudo Carmelita.

Mantener vivo el espíritu primigenio
¿Qué representa Tierra Santa para la Orden hoy? Ciertamente, nos recuerda nuestros orígenes. Pero esto debería ser más que un mero vínculo sentimental con el pasado. Rememorando Tierra Santa, somos invitados a mantener vivo el espíritu que animó a aquellos hombres que dejaron sus países para peregrinar a Tierra Santa e hicieron voto de establecerse en ella, viviendo en obsequio de Jesucristo. Estos tres aspectos: ser peregrinos, permanecer y vivir en obsequio de Cristo constituyen el centro de nuestra vocación. Ya no tienen el significado concreto local que tuvieron para los primeros carmelitas, pero nosotros todavía nos consideramos un pueblo en camino, que necesita una morada estable y que está dedicado completamente a Cristo y a su servicio.

Un viaje de transformación en comunidad
Nuestro viaje es sobre todo interior: «un viaje de transformación». Esta es la esencia de nuestra vocación y misión. Pero hay otro aspecto. Igual que la peregrinación de nuestros padres eremitas a Tierra Santa se transformó en una itinerancia de frailes mendicantes, así también para nosotros hoy viajar implica caminar al lado de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, compartiendo sus alegrías y dificultades, compartiendo a Cristo con ellos y la riqueza de nuestra espiritualidad.

Con la transformación de la Orden de frailes eremitas en mendicantes, establecerse en un lugar, y más aún establecerse exclusivamente en Tierra Santa ya no era el caso. Pero la idea de «permanecer», de tener una morada estable, persistió y todavía forma parte de nuestra vocación. La Regla nos llama a permanecer en nuestras celdas, «meditando día y noche en la Ley del Señor y velando en oración» (Regla, 10). La llamada a permanecer en nuestra celda ha sido siempre un aspecto importante de nuestra espiritualidad, y ha de fomentarse. Permanecer en nuestra celda nos recuerda la invitación de Jesús a permanecer en él (cf. Jn 15, 4-10). Dios es nuestra verdadera morada, sea que estemos en la soledad de nuestra celda, en comunidad o sirviendo al pueblo. La idea de establecernos, de «permanecer», de tener una morada estable, también nos recuerda nuestra llamada a la comunidad. La primera comunidad carmelita del Monte Carmelo conservó la imagen de la primitiva comunidad de Jerusalén, que para ellos era una representación de la Nueva Jerusalén.

Estos aspectos constituyen el modo concreto en el que nosotros, como carmelitas, estamos llamados a vivir nuestro obsequio de Jesucristo. Él es y permanece la piedra angular del Carmelo, que no puede ser sustituida. Celebrando la solemnidad de Nuestra Señora del Monte Carmelo y la del profeta Elías y recordando nuestros orígenes en el Monte Carmelo de Tierra Santa, somos invitados a comprometernos a vivir de modo renovado el propositum de nuestra comunidad fundacional.

Una cuestión de identidad
La memoria viva del Monte Carmelo, situado en Tierra Santa, se manifiesta en el uso continuo que hacemos de ese nombre cuando expresamos quiénes somos. Seguimos llevando ese monte en nuestros corazones y mentes. Esta memoria viva nos recuerda que nosotros todavía somos un pueblo de esa montaña, aunque estemos atrapados en el trajín de la ciudad. Esta tensión da vida y nos remite una y otra vez a nuestra identidad como contemplativos. Por esa razón, vemos en nuestro beato Angelo Paoli al padre de los pobres, en Teresa de Jesús a la fundadora inquieta, en Juan de la Cruz al poeta y compañero spiritual, en Edith Stein a la profesora y mártir, en Tito Brandsma a un hombre para todas las épocas; carmelitas todos que vivieron con esta tensión, amantes todos del nombre “Monte Carmelo”.

Nuestras celebraciones de julio nos retrotraen, como en una peregrinación spiritual, al Monte Carmelo y a Tierra Santa. Este año, en el que hemos presenciado de nuevo inquietud política y guerra en Tierra Santa, recordando nuestra vinculación especial con esa tierra, nuestro corazón se dirige a todas las personas afectadas por esa difícil situación.
Oramos fervorosamente para que se encuentre una solución justa, de modo que todos puedan gozar de estabilidad y seguridad y vivan en paz. También nos entristece el éxodo continuo de cristianos de Tierra Santa y de todo el Medio Oriente a causa de las grandes dificultades en las que viven. Queremos apoyarlos con nuestra oración y de cualquier otro modo posible.

Una oración por la paz
A la vez que espiritualmente compartimos la alegría de nuestros padres peregrinos y de los peregrinos de toda época, sean judíos, cristianos o musulmanes, al llegar a Tierra
Santa, cantamos con ellos: «¡Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!» (Sal 122, 2),
y escuchamos atentamente al salmista, el cual nos exhorta: «Desead la paz a Jerusalén» (Sal 122, 3). Que esa sea nuestra petición especial este año al celebrar a Nuestra Señora y a san Elías. Mientras, por una parte, pensamos con frecuencia que sería estupendo que la Familia Carmelita, y especialmente los frailes, tuviéramos una mayor presencia en Tierra Santa, recordemos que estamos allí gracias a la presencia de dos comunidades del Istituto di Nostra Signora del Carmelo, la congregación carmelita italiana fundada por la beata Teresa Scrilli, y por las mujeres y varones de la Tradición Descalza. Su seguridad y el éxito en su trabajo son para nosotros motivo de oración.

Al tiempo que renovamos nuestra devoción a María, la honramos de nuevo como Señora del Lugar y ponemos a las gentes de Tierra Santa bajo su protección maternal, confiando que cuanto más fervientemente mostremos nuestro deseo de paz, de esa paz que solo Dios puede dar, más seguros estamos de que nuestra oración será escuchada y habrá paz.

¡Bendecida y gozosa Solemnidad de Nuestra Señora del Monte Carmelo para todos!

Fr. Míceál O’Neill, O.Carm

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