María de Nazaret, a quien honramos como nuestra madre y hermana, con su vida y su ejemplo, nos invita a abrir las puertas de nuestro corazón a Dios, en medio de la actual complejidad y contradicción. Ella fue saludada, en la anunciación “llena de gracia” (Lc 1, 28); expresión que, por una parte, indica el proyecto de Dios sobre ella y, por otra, evidencia la pureza de corazón y su profundo sentido de Dios como el Absoluto de su vida.
Sin embargo, el saludo suscita en ella extrañeza y estupor, unidos a cierta indecisión: “¿cómo es posible...?” Pero cuando el ángel le revela el plan misterioso de Dios, Ella se ofrece con total disponibilidad, exclamando como en otro tiempo Elías: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38; cfr 1 Re 17,1; 18,36). Se inicia para ella la aventura de una vida nueva, la aventura de una fe total que la llevará a arriesgar todo su modo de vivir y trastornará sus planes.
Sabemos que de esto brotará para Ella una vida plagada de pequeñas alegrías y muchos dolores, sufrimientos y tensiones, que tratará siempre de resolver conservando y dejando resonar en su corazón la fuerza de la Palabra (cfr Lc 2,19. 51). En la oración y la meditación profundizará el proyecto de Dios, aceptándolo con serenidad y enriqueciéndose con amor más tierno y compasivo.
Las varias perícopas evangélicas nos la presentan siempre con la mano y el corazón abiertos a las necesidades de los demás. Después de la anunciación se pone en camino hacia una ciudad de Judea, para ayudar a su pariente Isabel. Viaja con el Amor para ser amor, y de su corazón brota el cántico del “Magnificat”, en el que expresa su solidaridad con los pobres de Yahvéh.
La encontramos después en Belén y Jerusalén, madre amorosa y solícita; en Caná, mujer sensible y atenta a mantener la alegría de los jóvenes esposos; por los camino de Palestina, discípula de la Palabra; en el Gólgota, madre herida en el corazón; en el cenáculo entre los apóstoles, motivo de consuelo y de esperanza, disponible a hacer el mismo camino de la Iglesia naciente, discípula entre los discípulos.
La fe, la docilidad a la Palabra de Dios, la ternura y el servicio solícito de María de Nazaret están en el corazón del carisma del Carmelo. Y en cada época han sido meditados y expresados según las culturas y las urgencias históricas.
El texto: Capítulo General 1995, El Carmelo: Un Lugar, un Camino en el Tercer Milenio.