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Epifanía del Señor (A)El recorrido de fe de los Magos 1. Oración inicial 2. Lectura a) Para colocar el pasaje en su contexto: Este pasaje pertenece a los dos primeros capítulos de Mateo, que constituyen una especie de prólogo a toda su obra; en él se nos presenta el origen histórico del Mesías, como hijo de David y el origen divino de Jesucristo, el Dios-con-nosotros. En seguida Mateo nos guía en una meditación profunda e impeñativa, poniéndonos de frente a una elección bien precisa, a través de los personajes que él introduce en su relato: o reconocemos y acogemos al Señor, que ha nacido, o permanecemos indiferentes, hasta tratar de eliminarlo, de matarlo. Estas perícopas nos ofrecen el bello relato del recorrido de los magos, que vienen de lejos, porque quieren buscar y acoger, amar y adorar al Señor Jesús. Pero su largo viaje, su búsqueda incansable, la conversión de sus corazones son realidades que nos hablan, están ya escritos en el rótulo de nuestra historia sagrada. b) Para ayudar en la lectura del pasaje: El pasaje puede ser subdividido en dos partes principales,
determinadas por el lugar en el que se desenvuelven las escenas: la
primera parte (2, 1-9ª) sucede en Jerusalén, mientras la segunda tiene
como punto focal Belén (2, 9b-12). c) El texto:
3. Un momento de silencio orante Me sitúo en profunda escucha de la voz silenciosa del Señor y dejo que el soplo de su Espíritu me alcance y me penetre. En este silencio me pongo a la búsqueda del Señor y repito en mi corazón: “¿Dónde estás, Dios mío?” 4. Algunas preguntas a) Recojo las primeras palabras que salen de la boca
de los Magos y las hago mías: ¿Dónde está el rey de los Judíos? ¿Me
siento de verdad atraído hacia el lugar del Señor, porque ardo en deseos
de encontrarlo, de estar con Él? ¿Estoy dispuesto a salir de los lugares
vacíos y viejos de mis costumbres, de mis comodidades, para emprender
el viaje santo de la fe, de la búsqueda de Jesús? 5. Una clave de lectura Intento buscar algunas palabras claves, algunos temas principales, que me sean de guía y me ayuden a penetrar mejor el significado de este pasaje del Evangelio, de manera que mi vida pueda ser iluminada y cambiada por esta Palabra del Señor. * El viaje: Este pasaje parece atravesado por el gran tema del viaje, del éxodo, de la salida; los Magos, personajes misteriosos, se ponen en marcha, se alejan de su tierra y caminan a la búsqueda del Rey, del Señor. Mateo subraya esta realidad con algunos verbos, que acompañan al desarrollo de la aventura: llegaron, hemos venido, los envió, andad, partieron, les precedía, entrados, no volver, hicieron el regreso. El recorrido físico de los Magos esconde en sí un viaje muy importante y significativo, que es el de la fe; es el movimiento del alma, que nace del deseo de encontrar y conocer al Señor. Pero al mismo tiempo es también una invitación de Dios, que nos llama y nos atrae con fuerza hacia sí; es Él quien nos pone de pie y nos pone en movimiento, el que nos ofrece las indicaciones y el que no deja de acompañarnos. La Escritura nos ofrece muchos ejemplos importantes, que nos ayudan a entrar en este sendero de gracia y bendición. Dios dice a Abrahán: “Sal de tu país y de la casa de tu padre hacia el país que yo te indicaré” (Gén 12, 1). También Jacob fue peregrino de fe y conversión; de él , en efecto, se ha escrito: “Jacob partió de Bersabé y se dirigió a Carran” (Gén 28,10), y: “Después Jacob se puso en camino y se fue al país de los orientales” (Gén 29, 1). Después de muchos años el Señor le habló y le dijo: “Vuelve al país de tus padres y yo estaré contigo” (Gén 31, 3). También Moisés fue un hombre del camino: Dios mismo le señaló la vía, el éxodo, dentro del corazón, en las entrañas y ha hecho de toda su vida una larga marcha de salvación para sí y para sus hermanos: “¡Ahora ve! Yo te mando al Faraón. ¡Haz salir de de Egipto a mi pueblo!” (Éx 3, 10). También el nuevo pueblo de Dios, nosotros, los hijos de la promesa y de la nueva alianza, estamos llamados a salir siempre, a ponernos en viaje, en el seguimiento del Señor Jesús. El éxodo no se ha interrumpido, la liberación, que viene de la fe, es siempre un acto. Miramos a Jesús, a sus discípulos, a Pablo: ninguno está quieto, ninguno se esconde. Todos estos testimonios nos hablan hoy, a través de sus actos y nos repiten: “Dichoso quien encuentra en Ti su fuerza y decide en su corazón el santo viaje” (Sal 83, 6). * La estrella: Es un elemento muy importante
en este pasaje, central, porque a ella se le confía la tarea de guiar
a los Magos a su meta, de aclarar sus notas de viajes, de indicar con
precisión el lugar de la presencia del Señor, de alegrar grandemente
sus corazones. En la Biblia las estrellas acompañan siempre como signos
de bendición y de gloria, son como una personificación de Dios, que
no abandona a su pueblo, y al mismo tiempo, una personificación del
pueblo, que no se olvida de su Dios y lo alaba, lo bendice (cfr. Sal
148, 3; Bar 3, 34). Por primera vez el término estrella aparece, en
la Escritura en el Génesis 1,16, cuando , llegado el cuarto día, el
relato de la creación cuenta la aparición en los cielos del sol, la
luna y las estrellas, como signos y como luz para regular y para iluminar.
El término hebraico “estrella” kokhab es muy bello y denso de
significado; las letras que lo forman, de hecho, nos revelan la inmensidad
de la presencia que estos elementos celestes portan consigo. Encontramos
dos caf, que significan “mano” y que encierran en sí una waw,
o sea el hombre, entendido en su estructura vital, en su columna
vertebral, que lo mantiene en posición erecta, que lo hace subir
al cielo, hacia el encuentro con su Dios y Creador. Por tanto, dentro
de las estrellas, aparecen dos manos, caf y caf que se
estrechan entre sí, con amor , al hombre: son las manos de Dios, que
no cesan de sostenernos. Finalmente aparece la letra bet, que
es la casa. Las estrellas nos hablan, por tanto, de nuestro camino hacia
la casa, de nuestro continuo emigrar y volver allá, de donde hemos venido,
desde el día de nuestra creación, de siempre. * La adoración: El gesto de la adoración es
tan antiguo como el hombre, porque, de siempre, la relación con la divinidad
ha estado acompañada de esta exigencia íntima de afecto, de humildad,
de propia entrega. Delante de la grandeza de Dios, nosotros, pequeños,
nos sentimos y nos descubrimos cada vez más pura nada, un grano de polvo,
una gota de un pozo. Ya en el Antiguo Testamento el gesto de la adoración
aparece como un acto de profundo amor hacia el Señor, que pide la participación
de toda la persona: la mente, la voluntad que escoge, el afecto que
desea y el cuerpo que se inclina, se postra en tierra. Muchas veces
se ha dicho que la adoración va acompañada de la postración rostro en
tierra; el rostro del hombre, su mirada, su respiración, vuelve al polvo
del que ha sido sacado y allí se reconoce como creatura de Dios, como
aliento de su nariz. 6. Un momento de oración: Salmo 84 Canto de confianza del hombre en camino hacia la casa de Dios Rit. ¡He visto tu estrella, Señor y he venido para adorarte! ¡Qué amables son tus moradas, 7. Oración final Señor, Padre mío, verdaderamente yo he visto tu estrella,
he abierto mis ojos a tu presencia de amor y de salvación y he recibido
la luz de la vida. He contemplado la noche transformada en claridad,
el dolor en danza, la soledad en comunión: todo esto, sí, ha sucedido
delante de Tí, en tu Palabra, Tú me has conducido por el desierto, me
has hecho llegar a tu casa y has abierto la puerta para que yo entrase.
Allí te he visto a Ti, a tu Hijo Jesús, Salvador de mi vida: allí he
rezado y adorado, he llorado y he recuperado la sonrisa, he callado
y he aprendido a hablar. ¡En tu casa, oh Padre, he encontrado la vida! |
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